Dominio público - Opinión a fondo
Unión Europea (retrato
de familia)
11 ene 2014
Héctor
Illueca
Doctor en Derecho e Inspector de Trabajo
y Seguridad Social
Adoración
Guamán
Doctora en Derecho y Profesora de
Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social
(España)
La crisis económica que afecta a nuestro país y las
políticas de austeridad impuestas por la troika (Comisión
Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) están
provocando una fractura social cada vez más evidente. La ciudadanía observa
atónita la degradación de la vida cotidiana y la tolerancia del poder con los
abusos cometidos por los más privilegiados del país. Como no podía ser de otra
forma, el creciente deterioro de las condiciones materiales de una cada vez más
amplia mayoría social llega acompañado de gravísimos escándalos de corrupción
que salpican al conjunto de las élites políticas y económicas, alumbrando una
sociedad cada vez más instalada en la injusticia y la desigualdad.
En este contexto, el sueño de la integración europea
ha devenido una pesadilla que impone un duro presente y nos condena a un
porvenir sombrío. De una forma intencionada, se ha ofrecido a la ciudadanía una
imagen falsa, ideológica e idílica de la hoy denominada Unión Europea,
utilizando los medios de comunicación para proyectar una visión mítica y
alejada de la realidad: una Unión Europea completamente ajena a los principios
de cohesión y colaboración solidarios, que se ha convertido en una suerte de
reserva de caza alemana en la que las economías fuertes explotan sus ventajas
económicas y comerciales para aplastar a las débiles. Una Unión Europea gobernada
por la ley de la selva.
Sin embargo, la gravedad de la situación económica y
la caída del velo del bienestar individual hacen que comience a abrirse paso
entre los habitantes de la periferia la idea de ser víctimas de una nueva
colonización. Cada vez es más difícil ocultar que la implantación del euro ha
generado una relación centro-periferia en el seno de la Unión Europea que
enfrenta al Norte central y dominante con el Sur periférico y dominado. Ya no
es posible negar que la existencia de la moneda única ha beneficiado a Alemania
y a otros países ricos de Europa, reforzando su posición en el esquema europeo
como exportadores netos de bienes de equipo y de consumo y como importadores
netos de demanda general. Para decirlo claramente y en pocas palabras: la unión
económica y monetaria ha permitido que los países centrales, especialmente
Alemania, acumulen crecientes excedentes comerciales en su espacio vital
europeo, bloqueando cualquier posibilidad de devaluación competitiva y
alimentando una intensa redistribución del trabajo en perjuicio de las modestas
economías de la cuenca mediterránea. Los países fuertes del centro, como
Alemania, Holanda o Finlandia, incrementan su competitividad, conservan su
soberanía nacional y financian sus estados de bienestar gracias a la pérdida de
la competitividad, la destrucción de la soberanía y desmantelamiento del
bienestar de sus compañeros de moneda, la periferia europea.
Los trabajadores del Estado español, junto a los del
resto de economías periféricas, se han convertido en una reserva de mano de
obra low cost. Como han señalado algunos autores, el proceso
de construcción europea ha generado una nueva división internacional del
trabajo, alimentando una dinámica colonialista caracterizada por la hegemonía
alemana y por la subordinación de las economías periféricas[1].
Esto es lo que explica que las actuaciones estatales de control sobre el
mercado y de protección de los derechos sociales estén siendo destruidas al
ritmo de los dictados de la unión económica y monetaria. Cuando las exigencias
del proceso entran en contradicción con las disposiciones estatales en materia
de política social, los Estados periféricos proceden a adaptar sus respectivos
sistemas de bienestar, siempre en el sentido de disminuir la protección de los
derechos laborales y sociales. El dumping social no sólo no se
ha combatido, sino que se ha fomentado, situando la regulación del factor
trabajo como elemento de competitividad y desencadenando un feroz darwinismo
normativo para reducir los estándares laborales y de protección social.
La nueva división europea del trabajo explica y
promueve la progresiva destrucción de los modelos sociales estatales auspiciada
por la troika e inmediatamente perceptible en dos ámbitos
fundamentales: la flexibilización de los mercados de trabajo (en concreto,
mediante la rebaja de la tutela de la estabilidad en el empleo y la devaluación
del coste de la mano de obra) y la reducción de la protección social, en
particular de los sistemas de Seguridad Social (reducción de la cuantía de la
pensión de jubilación, reforma sanitaria, etc.). Su influencia se advierte
igualmente en la reforma educativa del Ministro Wert, también auspiciada por
las instituciones europeas, que orienta el sistema educativo hacia la
preparación de mano de obra barata, provista de los conocimientos
indispensables para desenvolverse adecuadamente en el mercado laboral basura
que caracteriza a los países subdesarrollados. La posición dependiente y
periférica de nuestra economía en el esquema europeo es radicalmente
incompatible con la existencia de pensiones públicas, la educación y la sanidad
públicas y un mercado laboral medianamente digno.
Al aceptar los dictados de la troika, las
clases dirigentes de los países periféricos asumen su incapacidad de afrontar
un camino independiente para sus respectivos países y sellan una relación de
subordinación y dependencia semejante a la que se produce en el proceso de
colonización clásico, caracterizado por la desposesión sistemática de las
economías periféricas y la sobreexplotación de sus trabajadores. No debemos
olvidar que son las clases dirigentes de los diferentes Estados miembros las
que han construido y abonado este modelo de Unión Europea, bajo cuya intocable
legitimidad han resguardado las más impopulares y duras reformas. La
posibilidad de socavar la posición negociadora de los sindicatos abonó la
traicionera connivencia de las élites de los países deficitarios, alimentando
una alianza sólida y estable con la burguesía alemana para imponer un nuevo
orden político-social a escala europea.
En este contexto, no deja de sorprender que determinados
sectores de la izquierda española y europea insistan en reformar la eurozona
como solución a la actual situación de emergencia social y económica. Con
cierto aire panglossiano, invocando la necesidad de “más Europa”, se critica la
fragmentación de la política fiscal y se denuncia la actuación de un BCE
dispuesto a proporcionar abundante liquidez a los bancos mientras abandona a
los Estados endeudados que soportan los ataques especulativos. Como propuesta
política, se reclama la abolición del Pacto de Estabilidad, la creación de una
autoridad fiscal y la modificación de los estatutos del BCE para que pueda
conceder préstamos a los Estados que atraviesan por dificultades. En un
arrebato de ingenuidad, incluso llega a hablarse de un “euro bueno” en el que
podría establecerse un salario mínimo europeo para reducir los diferenciales de
competitividad entre los países.
Se trata de una quimera que ha paralizado durante décadas a buena parte de
la izquierda y del movimiento sindical y que bloquea la construcción de una
alternativa al servicio de las clases populares de nuestro país. La zona euro
carece de un estado único europeo y no hay ninguna expectativa de que pueda
crearse uno en un futuro cercano. La unificación de la política fiscal
supondría una completa reestructuración de la soberanía en toda la Unión
Europea, construida a partir de una rigurosa jerarquía de estados y un
cuidadoso cálculo de intereses nacionales, y precisaría un consenso que no va a
producirse. Cualquier reforma posible debería respetar la jerarquía de poder
existente, caracterizada por el dominio de los países de la zona central y muy
especialmente de Alemania. Por expresar la idea con mayor precisión, el euro ha
sido el medio utilizado para forjar la hegemonía del capital alemán, que se
impone inexorablemente en el escenario europeo y que impide la posibilidad de
realización de un programa que atienda a las necesidades de las mayorías
sociales.
En nuestra opinión, cualquier agenda política que pretenda romper realmente
con el neoliberalismo, incluso en un sentido reformista, debe plantearse en
serio la salida del euro y enfrentarse a la Unión Europea como tal. Como ha
señalado Costas Lapavitsas[2], la única salida progresista para
nuestro pueblo consiste en abandonar de la zona euro y recuperar el control de
la soberanía, en el marco de un desplazamiento radical del poder económico y
social hacia el Trabajo. Una estrategia que empieza con el impago de la deuda
soberana y se amplía a una salida del euro que permita a nuestro país escapar
del cataclismo de la devaluación interna impuesta por la Unión Europea. Nuestro
país tiene futuro, pero un futuro digno pasa necesariamente por romper con esta
Europa y con las instituciones de esta Europa.
[1] NAPOLEONI, L. Democracia en
venta. Cómo la crisis económica ha derrotado la política. Barcelona,
Paidós, 2013.
[2] LAPAVITSAS, C. Crisis en la
eurozona. Madrid, Capitán Swing, 2013.
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