por
Nazaret Castro
EL CIUDADANO
Todos sabemos que el dinero tiene un papel central en nuestras economías
y en nuestras sociedades; intuitivamente, le atribuimos una idiosincrasia
mezquina, tal vez amoral. Lo que no todos imaginamos es que esa centralidad del
dinero es tan nueva en la historia como lo es el capitalismo, con sus dos
siglos de historia. Porque antes, muchísimo antes, ya existía la moneda, el
dinero como forma de facilitar los intercambios, pero la gran novedad
que trajo el capitalismo fue la normalización de la tasa de interés, el hecho
de que el dinero hace dinero, y así, el dinero se transforma en capital; en
una mercancía que, si se acumula, produce ganancia. Fue con la consolidación
del capitalismo en los siglos XVII y XVIII cuando, en Inglaterra, comenzó a
darse un cambio fundamental en las subjetividades y las normas sociales que
acabó con la aprobación social del cobro de interés. Y a día de hoy es sobre
las tasas de interés que se configura nuestro sistema monetario globalizado,
ese que, bajo la apariencia de complejidad técnica, se apoya en premisas muy
sencillas.
La primera es que el dinero es fiduciario, es decir, que se basa en la
confianza. En nada más que la confianza. El dinero no es una cosa: es
la creencia en una cosa. Desde el fin del patrón oro en los años 70,
nada hay que respalde el valor de un billete, o de un depósito bancario
electrónico, que no sea la confianza del resto de la sociedad en que esa moneda
tiene valor. Por eso decía Lietaer1 que el dinero no sólo es el
sistema nervioso central del capitalismo; es también el talón de Aquiles del
sistema. De ahí el esfuerzo por hacer del dinero algo incomprensible: “Más que
cualquier otro campo de la economía, el estudio del dinero utiliza la
complejidad para encubrir la verdad o evadirla, pero nunca para revelarla”
(Lietaer, 2005, p. 100).

Desde su creación en el siglo XIII, los bancos descubrieron el
“secreto de los alquimistas”: de la nada creaban oro, pues fueron capaces
de persuadir a la gente de aceptar como medio de pago la promesa de un pago
futuro, un pagaré, que después evolucionó hacia los modernos billetes, monedas,
y después, dinero electrónico. El cobro de intereses, que durante siglos había
sido denostado y castigado en diferentes civilizaciones, se generaliza y trae
profundos impactos sobre las sociedades capitalistas: fomenta la competencia y
la necesidad de un crecimiento constante e infinito. Además, el funcionamiento
del sistema monetario hace que las inversiones cortoplacistas resulten más
rentables, lo que desincentiva invertir, por ejemplo, en tecnologías más
amables con el medio ambiente; más aún: fomenta sustituir la inversión
productiva por la pura especulación financiera. El sistema monetario se nos
suele presentar como algo dado, neutral, al margen del mundo real; pero tiene
consecuencias directas tan desastrosas como la destrucción ambiental y la
desigualdad social.

La situación adquiere tintes dramáticos a partir de la desregulación del
sector en los años del neoliberalismo. Se les da absoluta libertad a las
entidades financieras para que conviertan el sistema monetario en un casino
global. Como señala Lietaer, el dinero especulativo (hot money)
se está convirtiendo en una especie de gobierno mundial fantasma. El
98% de las inversiones son meramente especulativas. La globalización de los
mercados financieros implica que cualquier persona, aunque lo ignore, forme
parte del juego monetario mundial y esté sujeta a las consecuencias de su
fragilidad. Las comunidades del África subsahariana ven cómo aumentan los
precios de los alimentos porque los bancos decidieron que era rentable
especular con los precios del trigo, el arroz o el maíz. Son urgentes medidas como
limitar el tamaño de los bancos -esos que son “too big to fail”- y limitar la
especulación, comenzando por bienes básicos como los alimentos y la vivienda,
para terminar por erradicarla y volver a la consideración del cobro de interés
como comportamiento inmoral, indebido e ilegal.
Si el dinero es un acuerdo social, entonces basta que una comunidad
acepte un papelito para que éste adquiera valor. Es lo que hacen las
monedas sociales, que no dejan de crecer en España. Su potencial
emancipador es enorme, pues subrayan esa mística que rodea al dinero:
muestran que los pumas, ekhis o soles pueden ser tan funcionales como los
euros. Con una diferencia clave: las monedas sociales ayudan a recolocar los
intercambios en las relaciones sociales de proximidad; nos ayudan así a acabar
con el mayor de los fetiches del capitalismo, el del dinero, que homogeniza
mercancías, que sustituye cualidades por cantidades, y que va calando en las
subjetividades hasta imponer la lógica de la mercancía a las personas y a las
relaciones afectivas.
Si quieres saber más:
Documental Dinero es deuda: https://www.youtube.com/watch?v=zigHDdIosM8
Entrevista a B. Lietaer: http://articulosclaves.blogspot.com.ar/2009/04/entrevista-y-el-futuro-del-dinero.html
Zeitgeist: http://www.zeitgeistmovie.com/
El dinero es deuda:
https://mail.google.com/mail/u/0/#inbox/14bb1c287db8c257?projector=1
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