MANUEL ACUÑA ASENJO
COMENTANDO UN LIBRO INTERESANTE.
El 19 del presente presentó Mónica Echeverría su
último libro ‘Háganme callar’, obra interesante, destinada a resolver algunos
interrogantes acerca del comportamiento de un grupo de personas que conoció en
la época en que Fernando Castillo, su marido, se desempeñaba como rector de la
Universidad Católica. Para la escritora resulta sorprendente descubrir a
personas que quisieron una vez cambiarlo todo y, sin embargo, se desempeñan hoy
no sólo como prósperos empresarios sino, además, como políticos que han
entregado todos sus esfuerzos al afianzamiento y desarrollo sin trabas del
modelo dictatorial de sociedad. Más grave aún resulta entender que, en ese
empeño, algunos hasta han teñido sus manos con la sangre de compatriotas que no
vacilaron en ofrendar sus vidas por la construcción de una sociedad mejor[1].
Comentando dicho libro en el Aula Magna de la Universidad de Chile, señaló
Carlos Hunneus que, a juicio suyo, la causa de dicho comportamiento se
encontraría en el exacerbado narcisismo de esos sujetos, la inmensa mayoría de
los cuales pertenecieron al MAPU, organización política nacida de la fusión de
varios grupos de jóvenes descontentos en las postrimerías del gobierno de
Eduardo Frei Montalva.
Mónica Echeverría, no obstante, intenta explicarse las
causas de ese comportamiento analizando, antes de todo, la extracción de clase
de esos sujetos, y así comenta:
“Comienzo, por lo tanto
—como lo hice con mi propia biografía—, con sus infancias, y de inmediato me
percato que ninguno de ellos nació en una cuna de oro como la mía, ni cuentan
con ancestros pertenecientes a la ‘aristocracia’. Sus orígenes, con excepción
de Brunner, que es hijo de padres acomodados de origen alemán, son modestos.
Una clase media baja, sin graves dificultades económicas; así crecieron la
mayoría de estos niños y luego adolescentes. Distinto fue el caso de Tironi,
que vivió privaciones”[2].
Y, pocas páginas más
adelante, vuelve a repetir:
“Como comenté
anteriormente, todos ellos, los conversos
a que me refiero, son de una clase media baja, con excepción de Brunner de
origen alemán, que proviene de una clase acomodada de intelectuales de buen
pasar aunque lejana a la oligarquía ostentosa de ese entonces. No obstante, todos
parecen satisfechos de su niñez, pues nunca pasaron hambre y, la mayoría, son
hijos de matrimonios estables, de buena convivencia, con la excepción de
Eugenio Tironi”[3].
Permítasenos coincidir en algunos aspectos con Mónica.
En 2002, cuando pudimos editar la obra ‘In Memoriam’, destinada a honrar la
memoria de nuestro amigo y compañero Rodrigo Ambrosio, me hice cargo de esos
interrogantes intentando, como ella, buscar una explicación; más tarde, en la
segunda edición de ese libro pude desarrollar el tema un poco más latamente.
Como la escritora en comento, también nos aventuramos en el difícil territorio
de las clases sociales para encontrar una explicación a esa conducta y así
señalamos, al respecto:
“La ex dirigencia del
MAPU, contrariamente a lo que se supone, no provenía de los sectores de la gran
burguesía. No eran vástagos de familias propietarias de las grandes industrias,
bancos o establecimientos comerciales; tampoco hijos de grandes inversionistas
extranjeros. Si bien algunos de ellos estaban vinculados a lo que se ha dado en
denominar ‘aristocracia castellano-vasca’ (por regla general, los apellidos con
doble ‘erre’, apreciados en Chile, mirados con desconfianza en España por su
origen vasco) o a una suerte de ‘nobleza criolla’ empobrecida, fuertemente
asimilada en lo económico a la ‘clase media’, la mayoría de ellos descendía de
profesionales o personas que vendían su fuerza de trabajo a empresas privadas,
mixtas o públicas. En efecto: la generalidad de esos sujetos no era ‘clase
alta’ sino, por una parte, hijos de funcionarios de rentas elevadas, empleados
de algunos de los ‘poderes’ del Estado, ex oficialidad de las Fuerzas Armadas,
ex diplomáticos, ex políticos (ex ministros, ex embajadores, ex subsecretarios
y demás burocracia estatal), con grandes aspiraciones, fuertes tendencias
arribistas y mucha frustración. Por otra, hijos de empleados u obreros a
quienes sus progenitores les inculcaron la idea de no reproducir en su
descendencia la condición social que ellos llevaron. Por regla general,
vendedores de fuerza o capacidad de trabajo con grandes aspiraciones a ser
reconocidos parte de alguna de las fracciones de clase burguesas”[4].
BUSCANDO EXPLICACIONES A
UN FENÓMENO CONDUCTUAL.
La extracción de clase
juega, a no dudarlo, un rol en las conductas arribistas de gran parte de la
sociedad. Pero en ese cometido intervienen, además, otros factores. Porque no
existe la o una causa sino muchas que concurren para construir una forma de
actuar, para entregar una manera de proceder.
Por lo mismo, no incurre en error alguno Carlos Hunneus cuando señala al
‘narcisismo’ como un fenómeno al cual es necesario prestarle la atención debida;
pero también existen otros rasgos de la personalidad que es imposible ignorar
como lo es el ‘autoritarismo’; lo mismo puede decirse del desequilibrio entre
esas tendencias a las cuales hace mención en sus obras Arthur Koestler que son la autoafirmante y la integradora. Todas esas anomalías y muchas otras más se encuentran presentes en
la conducta de quienes viven dentro de una sociedad determinada definiendo los
caracteres tanto individual como social de los individuos, y no es posible
ignorarlas. Sin embargo, eso requiere de
un trabajo que excede los márgenes de un artículo como el presente.
Más importante nos ha
parecido, a riesgo de contradecir a nuestra escritora, encontrar una respuesta
al fenómeno mismo de la conversión. Es decir, intentar definir
si verdaderamente esos sujetos que aparecen en el carácter de conversos se convirtieron o no. En palabras
más simples: si siempre fueron lo que hoy son o si cambiaron en el transcurso
del tiempo su manera de ser.
¿CAMBIAN LOS SUJETOS EN
EL TRANSCURSO DE LA VIDA?
En el libro que
dedicáramos a la memoria de nuestro amigo y compañero Rodrigo Ambrosio, afirmamos
nosotros que con los llamados conversos
se nos presenta un panorama similar al que nos entrega el amanecer o el
atardecer cuando suponemos que el sol se levanta o se ‘pone’ y olvidamos el
movimiento rotatorio de la tierra.
Porque si bien es cierto
que tanto el carácter individual como el social se forman en el transcurso de
la vida, no es menos cierto que gran parte del acervo que llevamos en nuestro
interior se adquiere en los períodos de la niñez y de la adolescencia. Y esos
rasgos raramente se alteran, circunstancia que es empíricamente comprobable.
Para quienes conocimos a esos sujetos que hoy aparecen como conversos nos resulta difícil aceptar
que hayan cambiado pues ya en sus años de militancia revolucionaria mostraban
sin rubor sus rasgos dominadores, sus ansias de mando, su autoritarismo
manifiesto. Esta afirmación es tan cierta que la propia ministra de Educación,
Adriana Delpiano, ex militante MAPU, no vaciló en reconocerlo, en cierta
oportunidad:
“Nosotros nacimos con un compromiso social y también voluntad de poder.
Siempre se valoró en el MAPU, particularmente en el MOC, la idea de gobierno y
del aparato del Estado, muy válido para producir los cambios”[5]
La conversión puede
ocurrir, sin lugar a dudas, pero raramente va a transformar a un individuo
competitivo en un cooperador o viceversa; e, incluso, a un individuo que posee
carácter anal en un sujeto desprendido. Sostenemos nosotros, en consecuencia,
que los sujetos de marras no son tales conversos
sino personas que siempre fueron así.
Porque, si bien es cierto la generalidad de los jóvenes de esos años tenía
aspiraciones de cambio, no a todos les acometían tendencias o visiones
‘humanistas’. Por el contrario, muchos de ellos creían que, situándose arriba,
en el gobierno de la nación, y reemplazando a los que gobernaban, llegaba una
‘izquierda’ que resolvería de una vez por todos los problemas de las clases
empobrecidas. Tras esa concepción, celestial sin duda alguna, subyacía la
mantención de una estructura clases en donde se persistía en la necesidad de
estatuir dirigentes y dirigidos, sujetos que estaban destinados a gobernar a
quienes tenían por misión ser gobernados, personajes que debían estar arriba de
quienes estarían abajo. Y estas ideas eran bastante manifiestas en el comportamiento
de los dirigentes.
Como ya lo hemos
señalado, la generalidad de ellos eran de carácter ‘autoritario’[6], gozaban
en el ejercicio del mando o del poder al extremo de manifestar comportamientos
abiertamente patológicos[7]. Muchos
de nosotros nos preguntamos hoy qué hubiere sido de los verdaderos
revolucionarios si esta ‘elite’ hubiere accedido al mando de la nación y no hubiere
habido golpe de Estado. ¿Hubiere Chile tenido un nuevo Pol Pot en esos
individuos? ¿Un nuevo Stalin? Porque en el fragor de las luchas sociales es
difícil descubrir anomalías psíquicas en la dirigencia. La actividad política
impide, a menudo, descubrir al sujeto anómalo. Por lo demás, la anormalidad
cuando es generalizada se transforma en normalidad; entonces, el sujeto normal
pasa a ser anormal, en tanto el verdaderamente anormal se presenta como normal.
Herbert George Wells nos entrega una descripción maravillosa de este fenómeno en
su cuento ‘The country of the blind” cuando el joven Bogotá llega a una comarca
donde todos sus habitantes no tienen ojos y se sorprenden cuando pueden palpar
en el rostro del joven ciertas protuberancias cuya utilidad no aciertan a
comprender. El diálogo entre el doctor y uno de los lugareños (el viejo Yacob)
es revelador de esa visión de contrastes.
“Esto ―añadió el doctor,
contestando a su propia pregunta― Estas cosas extrañas que se llaman ojos,y que
existen para hacer en la cara unas agradables y suaves depresiones, en el caso
de Bogotá están enfermos de tal suerte, que afectan al cerebro. Están muy
distendidos, tienen pestañas, los párpados se le mueven y, en consecuencia, su
cerebro está en un estado constante de irritación y distracción.
―¿Si?―preguntó el viejo Yacob―. ¿Si?―
―Y creo que puedo decir con bastante certeza
que, para curarlo por completo, todo lo que tenemos que hacer es una fácil y
sencilla operación quirúrgica, a saber: quitarle esos cuerpos irritantes”[8].
UNA HISTORIA ESCRITA POR
‘MARRANOS’.
Las sociedades verticales se definen por su
dirigencia; también sucede de esa manera con las organizaciones que son
piramidales o jerárquicas. La historia, por consiguiente, no podría sino narrar
los actos de quienes asumen los liderazgos, los dirigentes, los que mandan u
ordenan. La historia de una sociedad vertical es la historia de su representación
política. Aunque esa historia no refleje en modo alguno la verdad que hay tras
la misma. Y aquí radica la extrema importancia que tiene para el conjunto social
una historia escrita de esa manera.
El MAPU no sólo muestra con extraordinaria claridad
esta verdadera lucha de clases entre los que mandan dentro de un partido y
quienes no lo hacen, aún cuando hubieren sido mayorías sino, además, revela el
rol de los historiadores que reproducen esa forma de dominación como la única
verdad. Y es que para una sociedad vertical, las organizaciones son definidas
por sus dirigentes actuales o históricos. En el caso del MAPU, éste siempre será definido por la que fue su
dirigencia pues lo oficial anula lo no oficial aun cuando esto último sea más
numeroso e indiciario que aquello. Así ha sucedido en el pasado; así ha de
suceder en el futuro si los cambios no se hacen presentes. Incluso, las
historiadoras e historiadores, con el respaldo de las universidades, insistirán
constantemente en escribir la historia basada en la legitimidad de su dirigencia
o representación, desoyendo toda posibilidad de atender a voces disidentes. Y
es que tanto la sociedad como sus instituciones y organizaciones están
estructuradas verticalmente (entre ellas las universidades). Instituciones
organizadas de esa manera jamás podrá entender ni concebir a aquellas
organizadas horizontalmente. El efecto es determinado por la causa.
Podemos comprobar algunos de esas afirmaciones
recordando que, en la guerra interna de 1891 habida en nuestra nación sólo se
recuerda la muerte del presidente Balmaceda, pero los gritos de los que fueron
fusilados en la calles de gran parte de las ciudades de Chile por la turba
antibalmacedista enardecida no son narrados en los libros de historia. Ni
tampoco los saqueos ni los incendios. No ha ocurrido de manera diferente con
los que entregaron su vida en las protestas que comenzaron en 1983 contra la
dictadura. Las clases dominadas jamás escriben la historia.
Así, pues, cuando se habla del MAPU, la historia
oficial nos marca a todos los que militamos en esa organización, aún cuando no
hayamos participado en las acciones reprochables que otros realizaron. El
estigma de la pertenencia a esa organización nos persigue siempre. Y puesto que
las ideas de las clases dominantes son las ideas de las clases dominadas, las
alusiones vienen tanto de los sectores populares como de los empresariales. La
historia oficial del MAPU jamás será, para los historiadores, la historia de
sus humildes militantes y de sus mártires sino la de quienes ejercen o han
ejercido, dentro de esa organización, su poder material. Y puesto que quienes
lo hicieron han sido catalogados de corruptos, todos los que militamos en esa
organización heredamos el estigma del soborno, de la corrupción y de la traición
que arrastra nuestra ‘clase dominante’. Pero esa no es la historia real de
todos nosotros. Y esa es una de las tareas que debemos realizar: hacernos
escuchar, gritar nuestra verdad.
No deja de ser irónico, pues, que estas
reflexiones se nos hayan venido a la cabeza a propósito del libro de Mónica
Echeverría, presentado un 19 de mayo de 2016 para referirse en gran medida a
personajes que emigraron del MAPU al empresariado. El MAPU fue fundado,
precisamente, un día 19 de mayo pero de 1969; tres años más tarde y en esa
misma fecha, en un inexplicable accidente automovilístico, fallecería su
constructor, nuestro buen amigo y compañero José Rodrigo Ambrosio Brieva.
Santiago, mayo de 2016
“Por órdenes de Marcelo Schilling fueron asesinados cobardemente y a
sangre fría decenas de combatientes, hombres que lucharon frontalmente contra
los esbirros de la dictadura, jóvenes como Mauricio Gómez Lira, quien recibió 9
disparos y fue rematado de dos tiros en la cabeza; José Martínez Alvarado que
recibió 11 disparos en el cuerpo y fue rematado de dos tiros en la cabeza;
Pedro Ortíz que recibió 15 disparos en el cuerpo y también fue rematado de dos
tiros en su cabeza.
Los tres estaban desarmados y heridos al momento de ser ejecutados en
plena vía pública, y así muchos más relatan familiares y amigos de las
víctimas” (“¡Háganme callar!”, Ceibo Producciones S.A., Santiago, 2016, pág.
160).
[2] Echeverría
Yáñez, Mónica: “¡Háganme callar!”, Ceibo Producciones S.A., Santiago,
2016, pág. 20.
[3] Echeverría
Yáñez, Mónica: Obra citada en (2), pág. 39.
[4] Acuña, Manuel: “In Memoriam. Rodrigo Ambrosio,
constructor del MAPU”, Editorial Senda/Senda Förlag i
Stockholm, Estocolmo, 2010, pág. 159 y 160.
[6] Empleamos aquí este término a la manera que lo hace
Erich Fromm en su obra ‘El miedo a la libertad’.
[8] Tomado de libro de Erich Fromm ‘Psicoanálisis de la
sociedad contemporánea’. La versión
original puede encontrarse en Wells, Herbert George: “Complete Short Stories”, Guild Publishing London, 1998,
pág. 188.
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