jueves, 5 de febrero de 2015
Las batallas de Venezuela
El 15 de diciembre el pueblo
chavista celebró en Caracas el 15º aniversario de la Constitución Bolivariana.
Claudio Katz
Todos los problemas estratégicos discutidos en la Izquierda durante la
última centuria han recobrado actualidad en Venezuela. En ese país se
desenvuelve un proceso de transformación política que proclama metas
antiimperialistas e idearios socialistas. El camino para alcanzar estos
objetivos vuelve a debatirse con la misma pasión que en el pasado.
Venezuela soporta desde hace catorce años el asedio de la derecha. Durante
2014 esa agresión incluyó una guarimba, que comenzó en febrero y fue doblegada
en junio, con un saldo de 43 muertos, centenares de heridos y la detención del
cabecilla fascista.
Las organizaciones ultraderechistas recurrieron a todas las técnicas de la
guerra de baja intensidad. Arremetieron con asesinatos, destrozos, amenazas y
contaron con el asesoramiento directo de los paramilitares colombianos. Esa
provocación incluyó un intenso sabotaje económico con acaparamiento de
mercancías, especulación de divisas y contrabando, para desgastar al gobierno y
desmoralizar a la sociedad.
Estados Unidos incentivó estas acciones, aportando un novedoso manual de
sugerencias golpistas. Sus voceros financieros difundieron diagnósticos de
colapso económico, mientras el Departamento de Estado promovía la inestabilidad
política y el aislamiento internacional.
Pero el levantamiento derechista no logró trascender los barrios de la
clase media-alta, y la violencia extrema terminó socavando la propia base
social de la asonada. El opositor Henrique Capriles tomó distancia del
alzamiento y los militares se mantuvieron en la vereda opuesta, con la
excepción de un pequeño grupo de conspiradores que fue apresado. Los
conservadores perdieron otra partida de su larga escalada destituyente, pero el
asesinato del joven diputado Robert Serra ilustra la persistencia del plan
desestabilizador.
La derecha intentó en la mesa de negociaciones lo que no consiguió en las
calles. Los empresarios resumieron sus exigencias en un paquete de doce puntos
avalados por 47 economistas de la oposición. Demandaron la liberación del
dólar, un nuevo ciclo de endeudamiento internacional, contrarreformas sociales,
la anulación del actual sistema de precios y la devolución de las plantas
estatizadas. Reclamaron un lugar en el gabinete para garantizar la devaluación
y la derogación de las leyes laborales. Como esas exigencias fueron desoídas,
el lobby capitalista ha redoblado la presión. Busca recuperar pedazos de la
renta petrolera socavando el control estatal de ese excedente. Esta erosión se
consuma con los dólares que obtienen a precios preferenciales para el manejo de
las importaciones. Suelen desviar esos recursos hacia la especulación
cambiaria.
Esta tensión con la burguesía ha caracterizado a todo el proceso
bolivariano. Chávez respondía abriendo espacios de diálogo con los empresarios,
mientras movilizaba al pueblo para marcar el tono de la discusión. Mantuvo esa
conducta frente al golpe de 2002, luego de la victoria del referéndum de 2004 y
en varias oportunidades desde 2006. Introdujo la modalidad de transformar cada
elección en una multitudinaria prueba de fuerza contra los capitalistas y sus
partidos.
Maduro intenta retomar esta misma dinámica, lidiando con el enorme vacío
que ha dejado la muerte de Chávez y el gran malestar que genera el deterioro
económico. En estas condiciones, logró una importantísima victoria frente a los
fascistas. Venezuela volvió a contar con la red de alianzas internacionales que
exige la batalla contra las conspiraciones imperialistas. Durante años estos
acuerdos contribuyeron a contrarrestar los golpes apañados por el gobierno
estadounidense, la OEA y la corona española. Pero los diplomáticos de la
burguesía también volvieron a ensayar presiones para disuadir la radicalización
del proceso bolivariano. Estas exigencias apuntaron durante las guarimbas a la
formación de un gobierno de coalición con la oposición derechista. Maduro
resistió esta sugerencia y aprovechó el sostén de Unasur, sin aceptar la
inmolación de su gobierno.
LA PULSEADA PETROLERA
Al concluir el año, Estados Unidos utiliza la caída del precio
internacional del petróleo como un nuevo instrumento de desestabilización. La
cotización del combustible declinó un 30% en el último semestre, afectando
seriamente a una economía que obtiene el 95% de sus divisas de la exportación
de crudo. No es lo mismo manejar el presupuesto público con un precio del
barril por encima de los 100 dólares (última década), que con los niveles
actuales de 60/70 dólares.
La depreciación del petróleo obedece, ante todo, a una contracción
acumulativa de la demanda en las economías desarrolladas. Esta retracción
deriva de una crisis irresuelta desde 2008, que se acentuó en el último año con
la desaceleración de China y los países intermedios. También el cambio de la
política monetaria estadounidense ha incidido en la caída del precio. La primera
potencia decidió restringir los estímulos monetarios utilizados para socorrer a
los bancos, induciendo un esperado incremento de las tasas de interés. Este
giro precipitó la salida de los capitales especulativos de todos los mercados
de materias primas. En el desplome del precio del petróleo influye, además, el
incremento del volumen de crudo extraído con formas no convencionales
(shaleoil). Esta innovación le permite a Estados Unidos aumentar la producción
y reducir las importaciones.
El petróleo barato se ha convertido en una herramienta de ofensiva
imperial. Luego de su reciente avance electoral, los neoconservadores
republicanos han impuesto una agresiva agenda de política exterior a los
liberales intervencionistas de Obama. Debilitar a Venezuela no es el único
objetivo de esta acción. La arremetida apunta a reforzar las sanciones
impuestas a Rusia frente a la crisis de Ucrania. También se presiona a Irán
para que abandone su programa atómico.
La ofensiva yanqui cuenta hasta ahora con el sostén de Arabia Saudita, que
convalida el abaratamiento del petróleo para afianzar su poder en Medio
Oriente. El operativo busca asegurar la continuada primacía del dólar en el
comercio petrolero, frente al uso de otras monedas que ensayan varios
exportadores.
Pero Venezuela es una presa especialmente apetecida por Estados Unidos. No
sólo concentra una de las mayores reservas de crudo del mundo, sino que
aportaba hasta 2008 el 14% del consumo de la economía del norte. Recuperar el
manejo de esos recursos para Exxon y Chevron es tan prioritario, como acelerar
la privatización de la empresa petrolera mexicana (Pemex) y reforzar la
fidelidad de los gasoductos canadienses. Con esos tres proveedores el imperio
se asegura el abastecimiento, más allá de la incierta evolución del shaleoil.
Este tipo de extracción podría tornarse inviable por su devastador impacto
ambiental o por los altos costos de inversión, en un marco de precios
declinantes.
Estados Unidos ha retomado un acoso sobre Venezuela que puede alcanzar
niveles de guerra económica, si la depreciación del petróleo es complementada
con el encarecimiento del crédito. Las calificadoras de riesgo ya bajaron el
pulgar a los bonos del país, tornando más gravoso el acceso a los préstamos
internacionales. Estos créditos son necesarios para compensar la pérdida de los
ingresos petroleros. El Senado yanqui completa el cerco con la introducción de
sanciones a los viajeros e inversores en Venezuela.
La respuesta del chavismo ha sido inmediata. Maduro denunció con gran
coraje las nuevas conspiraciones de la embajada estadounidense, se burló de las
restricciones a las visas y convocó a la unidad latinoamericana para enfrentar
la guerra del petróleo. Conviene recordar que cada intento desestabilizador de
la última década desató contragolpes populares que terminaron reforzando el
proceso bolivariano. Esta misma posibilidad reaparece en la actualidad, si el
chavismo encuentra respuestas a las adversidades de la economía.
REFORMAS Y RENTISMO
El modelo económico de la última década permitió motorizar el consumo, en
un marco de alto gasto social y creciente regulación estatal. Esta orientación
facilitó la financiación de las mejoras populares con los cuantiosos recursos
petroleros. Este sostén es frecuentemente subrayado por la derecha para
desmerecer (o relativizar) los avances sociales. Olvidan que la misma riqueza
petrolera fue acaparada durante mucho tiempo por una minoría de privilegiados.
La extensión del usufructo de ese excedente al conjunto de la población no ha
sido un efecto espontáneo de las fuerzas del mercado. Requirió afectar los
intereses de los capitalistas con medidas de redistribución del ingreso.
Luego de la expulsión de la elite tecnocrático-burguesa que manejaba la
empresa petrolera del Estado (PDVSA) se pudo reducir la pobreza del 40% al 22%.
También la indigencia bajó del 20% (1999) al 8,5% (2011) y la diferencia entre
el 20% más rico y pobre de la población disminuyó de catorce a ocho veces. Se
concretaron, además, importantes avances en el acceso popular al agua potable,
la salud y la educación, a través de la activa intervención de las misiones.
Pero esas mejoras fueron combinadas con el otorgamiento de subsidios a los
capitalistas, que acrecentaron las riquezas de la nueva “boliburguesía”. Estos
sectores recibieron cuantiosos montos de financiamiento público que alimentaron
la fuga de capital. Ese mismo destino externo tuvo una parte de los fondos
aportados por el gobierno para pagar las expropiaciones de empresas de
electricidad, telefonía, siderurgia, cemento y distribución de alimentos.
También los banqueros locales absorbieron una significativa porción de esos
beneficios. Los financistas incrementaron su patrimonio, utilizando depósitos
de las entidades públicas para especular con bonos del Estado y operaciones en
exterior.
La combinación de este drenaje de fondos con un modelo de pura expansión
del consumo ha recreado la estructura rentista de una economía poco productiva.
Por esta razón los desequilibrios tradicionales recobraron fuerza, a través de
la inflación, el déficit fiscal, el endeudamiento de PDVSA, la importación de
alimentos y las fallas en las iniciativas de industrialización.
Estas falencias son frecuentemente atribuidas a un mal manejo de la
política económica, y ciertamente hubo desaciertos en muchas áreas. Pero el
trasfondo del problema son los límites que enfrentan todas las reformas
ensayadas al interior de una economía capitalista periférica y dependiente. Esa
estructura neutraliza el impacto de muchas transformaciones progresistas.
El modelo aplicado hasta ahora facilitó desahogos, pero no permite lidiar
con la inflación, el estancamiento y el desabastecimiento de los últimos años.
Para confrontar estos flagelos se requieren medidas radicales de control de
precios y castigo a la especulación financiera, el desabastecimiento y el
contrabando.
ANTECEDENTES Y COMPARACIONES CON CHILE
La experiencia vivida con la Unidad Popular chilena de los años 70 ocupa un
lugar central de los debates actuales en Venezuela. Las comparaciones con ese
proceso han sido actualizadas por muchos intelectuales que participaron
intensamente en ambos procesos.
A diferencia de la victoria precedente de Cuba, en Chile no se registró una
captura revolucionaria del poder. Se conquistó un gobierno popular a partir de
las urnas. Ese escenario era poco corriente en una época de dictaduras,
violencia represiva, persecución anticomunista y guerra fría.
El contexto actual es muy diferente y el proceso bolivariano se inscribe en
un marco regional de comicios periódicos y menor capacidad de intervención
estadounidense directa. Pero las analogías con lo ocurrido en Chile hace
cuarenta años son significativas en dos terrenos: las confrontaciones con la
derecha y las dificultades para traspasar la barrera que separa al gobierno del
poder.
La presidencia de Salvador Allende coronó en 1970 varias décadas de gran
influencia política y sindical de la Izquierda, pero su gestión sólo duró tres
años. También el chavismo tuvo origen en la Izquierda, aunque en variantes más
próximas al nacionalismo antiimperialista. Como en Panamá (Torrijos) o en Perú
(Velasco Alvarado) se forjó en la radicalización de la oficialidad militar.
Estas diferencias de gestación no reducen el parentesco. Ambos procesos
declararon propósitos socialistas a partir de victorias electorales, fueron
hostilizados por el imperialismo y contaron con el apoyo de la movilización
popular.
Las semejanzas entre los conspiradores derechistas de Chile y Venezuela
saltan a la vista. En los dos casos se conformaron grupos fascistas, impulsados
por un gran odio social contra los oprimidos y un enfermizo anti-comunismo.
Pero la gran diferencia radica en la inexistencia de un Pinochet en la patria
de Bolívar. En este marco el golpismo clásico ha sido reemplazado por variantes
más institucionales e indirectas.
La vieja asonada militar es poco viable a principios del siglo XXI, pero su
preparación y sus objetivos no han cambiado. Venezuela soporta el mismo tipo de
sabotajes, caceroleos, boicots financieros y conspiraciones mediáticas que
padeció Allende entre 1970 y 1972. Lo ocurrido con Zelaya en Honduras ilustra
mayores parecidos con ese antecedente, y la propia captura de Chávez, en 2002,
confirma esas semejanzas. En la actualidad los golpistas no asumen su intención
dictatorial, sino que priorizan alguna legitimación cívico-electoral.
Como la derecha necesita consumar el desgaste de los gobiernos populares en
periodos más prolongados y carece del auxilio directo del ejército, invierten
más recursos en el boicot económico. Por eso Venezuela ha soportado una
escalada tan persistente de fugas de capital, desabastecimientos, remarcaciones
de precios y especulaciones cambiarias. El respaldo petrolero que tiene el
Estado le ha permitido aguantar ese aluvión con más fuerza que las débiles
barreras construidas por la UP chilena.
A diferencia de Allende, el chavismo cuenta con una gran experiencia e
influencia dentro de las fuerzas armadas. Surgió en ese ámbito y se consolidó
mediante una sistemática limpieza de agentes de la CIA. En ningún momento Chávez
cometió la ingenuidad del ex presidente chileno, que desplazó a un general
aliado (Prats) para designar a su enterrador (Pinochet). El líder bolivariano
tampoco repitió el sometimiento de Allende a la presión de los fascistas, que
impusieron el desarme de la resistencia popular luego del primer ensayo
golpista (Tancazo de junio del 73). Frente al mismo peligro, Chávez comenzó un
reclutamiento de milicias y forzó la renuncia de generales opositores (Baduel).
Maduro reafirmó esta actitud encarcelando a los oficiales involucrados en la
guarimba.
El triunfo electoral de Allende incentivó un gran ascenso popular, que
incluyó ocupaciones campesinas de tierras y acciones directas de los obreros.
Estos mismos trabajadores protagonizaron una avanzada de lucha revolucionaria,
al crear los cordones industriales que precedieron al golpe. Venezuela ha
vivido manifestaciones del mismo alcance desde el Caracazo, y algunos analistas
estiman que la intensidad de esas movilizaciones supera el nivel alcanzado en
Chile.
BALANCES Y PROPUESTAS
Existieron dos miradas contrapuestas a la hora de trazar un balance de la
tragedia padecida por la Unidad Popular. Un enfoque postuló que ese proceso
sufrió una exagerada aceleración y soportó presiones de radicalización que
precipitaron un conflicto evitable con los militares. Esta visión proponía
contrarrestar la amenaza golpista con un freno de las reformas y un cogobierno
con la Democracia Cristiana.
La tesis opuesta estimaba que se cometió el error inverso. En lugar de
apuntalar la gran disposición de lucha popular, Allende aceptó el chantaje de
la derecha. Limitó todas sus acciones a un cuadro constitucional que la
burguesía había desechado. De esta forma desorientó a los jóvenes que buscaban
resistir y confundió a los trabajadores que aspiraban al socialismo.
En condiciones políticas muy distintas a los años 70 ha reaparecido un
debate semejante al registrado en Chile. Quienes estiman que la Unidad Popular
avanzó más de la cuenta, ahora consideran que el chavismo debe moderar su
acción. Este enfoque es afín a la perspectiva socialdemócrata que promueve el
PT brasileño. La misma mirada adoptan los economistas que proponen evitar
medidas adversas a los capitalistas. Promueven adoptar parte del paquete
cambiario y financiero exigido por las Cámaras patronales, con la esperanza de
atenuar la inestabilidad que padece el gobierno.
En la vereda opuesta se ubican todas las corrientes de la Izquierda
bolivariana, que auspician drásticas iniciativas para frenar el desangre de
divisas, capitales y productos. Estas medidas apuntan a evitar la repetición de
lo ocurrido en Chile, cortando el sustento económico-financiero de la
conspiración derechista. Pero ese objetivo no se alcanzará solamente con un
acertado paquete de medidas comerciales o bancarias. Se requiere el sustento de
movilización social, que la UP disuadió cuando Pinochet ultimaba sus
preparativos. Ese protagonismo de las masas no se improvisa. Necesita ser
construido, forjando el poder popular en los lugares de trabajo y en las
comunas para intimidar a los golpistas. Con esa estrategia se pueden corregir
las ingenuidades de la vía institucional al socialismo que postulaba Allende.
El líder de la UP apostaba a una paulatina extensión de los espacios
legales conquistados por su coalición, para concretar una superación gradual
del capitalismo. Promovía este avance sin rupturas radicales, ni construcciones
populares paralelas al constitucionalismo burgués.
El chavismo enfrenta un dilema semejante luego de haber obtenido más
victorias electorales que la UP con márgenes muy superiores de sufragios.
También introdujo reformas constitucionales y mecanismos de democracia
participativa que nunca se implementaron en Chile.
ESTRECHEZ Y DOGMATISMO
El proceso bolivariano cuenta con un margen de tiempo significativamente
superior al antecedente chileno para ensayar un pasaje de la administración del
gobierno al manejo del poder. Las viejas controversias entre marxistas sobre la
forma de concretar este salto vuelven al centro de la escena. Pero no existe una
receta predeterminada que asegure el éxito de la Izquierda. Las estrategias
socialistas sólo pueden desenvolverse con prácticas políticas, contrastando
proyectos con resultados y teorías con experiencias.
Este ejercicio exige superar las creencias dogmáticas que imaginan el
futuro como una simple reiteración de las revoluciones del siglo XX. Esas
visiones suelen mistificar un modelo exitoso (soviets, guerra popular
prolongada, foco), desconociendo los cambios de escenario que dificultan esa
reiteración. Tampoco perciben la preeminencia actual de caminos intermedios y
temporalidades más prolongadas para alcanzar esa meta.
Las miradas dogmáticas caracterizan al chavismo como una corriente
pro-capitalista y estiman que sus líderes corporizan versiones contemporáneas
de un Bonaparte. No reconocen la existencia de golpes reaccionarios y la
consiguiente prioridad de derrotar al enemigo fascista. Consideran que Maduro y
Capriles son dos opciones de la burguesía y que la represión gubernamental ha
sido tan perniciosa como la violencia derechista. Este enfoque impide registrar
la evidente existencia de una provocación destituyente. Si los asesinatos de
militantes, los asaltos a locales partidarios, los atentados contra
funcionarios, los sabotajes económicos y las campañas mediáticas
internacionales no forman parte de un intento golpista, ¿cuál es el parámetro
de una asonada? ¿Habrá que descubrir su existencia luego del desangre?
Lo mismo ocurre con la equiparación del chavismo con sus oponentes. Se
supone que la categoría burguesa es autosuficiente y ya no requiere distinguir
a las vertientes radicales y conservadoras del nacionalismo. Se olvida que las
corrientes antiimperialistas han sido protagonistas de grandes procesos
revolucionarios que abrieron compuertas al socialismo, cuando la Izquierda supo
comprender la naturaleza de esos procesos.
Los dogmáticos suelen presentar las convocatorias al socialismo que retomó
Chávez como un simple ejercicio retórico para embaucar a las masas. Pero si
hubiera perseguido ese propósito de engaño, no se entiende por qué razón
recurrió a una causa internacionalmente disminuida, con reducido impacto entre
los trabajadores y controvertida significación entre la juventud.
Las visiones sectarias no registran el giro que introdujo la reivindicación
del socialismo en la vida política de Venezuela. Este horizonte surgió al calor
del choque que enfrentó al proceso bolivariano con las clases dominantes.
Cualquiera que visite el país notará la difusión alcanzada por el planteo
socialista. Es una meta enfáticamente postulada en las misiones, los
hospitales, las empresas o las comunas que adoptaron esa denominación. El
cuestionamiento del capitalismo y la crítica a la burguesía han quedado
incorporados al lenguaje corriente del chavismo e impactan fuertemente sobre la
conciencia de la población.
Las ideas socialistas formaron parte de la maduración política de Chávez,
que evolucionó a través de giros a la Izquierda. Estos cambios incluyeron el
rechazo del nacionalismo burgués tradicional y la rehabilitación del proyecto
comunista. Cuando nadie pronunciaba la palabra socialismo, el líder bolivariano
reinstaló el término en la agenda política de los movimientos latinoamericanos.
Este legado ha sido ratificado por Maduro en las tesis que orientan la
estrategia de su gobierno. Esas definiciones subrayan que el socialismo es
indispensable para reafirmar la soberanía, forjar una economía productiva y
lograr la plenitud democrática.
La mirada dogmática no percibe el efecto de estos pronunciamientos. Supone
que el tratamiento contemporáneo del socialismo se equipara a cualquier momento
del siglo XX, como si el colapso de la URSS constituyera un acontecimiento
irrelevante. Los ideales de la Izquierda sólo pueden ser actualizados con otra
postura y otra sensibilidad.
SOCIALISMO DEL SIGLO XXI
Venezuela cuenta con ciertas ventajas para embarcarse en una transición al
socialismo. No es la típica nación pobre que tradicionalmente afrontó ese
desafío. Es un país exportador de petróleo que funciona con elevados patrones
de consumo. Pero necesita superar la larga tradición rentista de ineficiencia
económica, que le impide utilizar esos ingresos para su desarrollo industrial.
El proyecto socialista implica saltar el escalón inicial de reformas que
introdujo el chavismo, para diversificar la economía, modificar la gestión del
Estado y reducir la atadura a la factura petrolera. El logro de esas metas
exige erradicar los privilegios de la burguesía.
Muchos dirigentes bolivarianos comparten este diagnóstico, reflexionan en
términos marxistas y promueven una transición socialista. En este plano se
distancian por completo de los procesos centroizquierdistas de Sudamérica.
Quienes desconocen esta diferencia, no logran asimilar las nuevas pistas que
aporta la experiencia venezolana para una estrategia anticapitalista.
En la tradición revolucionaria del siglo XX la formación de un gobierno de
trabajadores, la captura del Estado y la transformación de la sociedad eran
concebidas como procesos simultáneos o con reducidas diferencias temporales.
Ahora se puede vislumbrar ese curso como una sucesión de momentos más
diferenciados. Es evidente que Venezuela cuenta desde hace más de una década
con un gobierno popular, un Estado en disputa y grandes fracturas en la
sociedad. El manejo del Estado no opone sólo a funcionarios genéricamente
afines y opuestos al chavismo. Hay organismos que aseguran la defensa del
régimen contra las guarimbas y otros que contribuyen a una acumulación de
riquezas convergente con la derecha. También la sociedad está erosionada por el
conflicto entre clases capitalistas -que mantienen los cimientos tradicionales
de su poder económico- y un poder popular que se ha extendido
significativamente.
El nuevo entramado comunal podría aportar los pilares de la configuración
igualitaria del futuro, que algunos teóricos denominan “sociedad civil
socialista”. A diferencia de los soviets o los organismos de base surgidos al
calor de victorias militares, el poder popular emerge en Venezuela con más
diversidad política y con gran construcción desde abajo. Es un proceso en pleno
desarrollo que enfrenta obstrucciones burocráticas con asombrosa capacidad de
movilización y renovación.
Las nuevas batallas en torno al gobierno, el Estado y la sociedad
distinguen a la experiencia chavista de la revolución socialista clásica
consumada en Cuba. En Venezuela se verifica un proceso revolucionario
caracterizado por varios momentos de avance cualitativo (recuperación de PDVSA,
nueva Constitución), que se han concretado madurando la conciencia socialista
en la confrontación con la burguesía. Un nutriente clave de esta transformación
es la percepción subjetiva como una revolución que tienen los involucrados en
este proceso. Todos utilizan ese término para nominar la experiencia que
protagonizan.
Para consumar la transición socialista, el proceso revolucionario requiere
saltos de mayor envergadura en el plano económico-social. La nacionalización de
los bancos y del comercio exterior podrían constituir los dos peldaños
centrales de esta etapa. Aportarían el cimiento necesario para dinamizar la
economía, a partir de un modelo industrial de expansión del empleo genuino y
superación del asistencialismo. La ayuda social que acompañó al surgimiento y
afianzamiento del chavismo necesita transformarse en trabajo productivo, para
evitar los efectos nocivos del clientelismo.
Una transición poscapitalista exige sustituir los modelos de renta, consumo
y baja productividad por esquemas de plan, mercado y desarrollo socialista.
Venezuela persiste como el principal laboratorio de proyectos y prácticas de
los marxistas latinoamericanos. La respuesta a los nuevos desafíos emergerá del
propio desenvolvimiento de la lucha. Con mentes abiertas y mayor compromiso
militante resulta posible develar todos los enigmas del socialismo del siglo
XXI.
RESUMEN
La conspiración golpista fue doblegada pero la desestabilización continúa.
Hay que lidiar con la ausencia de Chávez, el deterioro económico y la presión
internacional. Estados Unidos retoma el acoso financiero y utiliza la
depreciación del petróleo para debilitar al gobierno.
El modelo económico actual permitió grandes mejoras populares, pero no
transformó la estructura improductiva, ni permite afrontar los desequilibrios
actuales. La confrontación por el destino de la renta petrolera es la causa de
las tensiones cambiarias y la conducta de los capitalistas impide gestar una
economía industrializada.
Lo ocurrido en Chile en los 70 constituye un antecedente esclarecedor del
comportamiento de la derecha y de la necesidad de avanzar desde el gobierno al
poder. La rehabilitación del proyecto socialista por parte del chavismo es
incomprensible con miradas dogmáticas. Un proceso revolucionario con ritmos
inéditos y transformaciones no sincronizadas entre el gobierno, el Estado y la
sociedad replantea la estrategia de la transición socialista
CLAUDIO KATZ (*)
(*) Economista argentino, militante y activista de los derechos humanos. La
versión completa de este artículo se encuentra en rebelion.org. Ver en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=193415
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 821, 9 de enero, 2015)
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