domingo, 24 de agosto de 2008
DESPEDIDA A EX PRISIONEROS POLÍTICOS MIRISTAS, CONSECUENTES: tenemos la tarea de construir la solidaridad
La propuesta de crear una Mutual Solidaria es cada vez más una necesidad. Hay que buscar formas de concretarla. El mutualismo y el mancomunalismo se abrieron camino en los años en que no había políticas previsionales justas para l@s trabajador@s. Ahora tampoco las hay. Una tarea para asistentes y técnic@s sociales, educador@s, abogad@s, gente de acción.
Carlos, MAPU en la Lucha.
Queridos compañeros de la red Mapu, comparto con ustedes este testimonio de mis amigos Héctor Sandoval y Nelson González, fundamentalmente, porque se trata de un homenaje a un hombre consecuente y sobre todo porque creo que hay que ir pensando una manera de buscar un hoyo en el sistema que permita que este tipo de situaciones no se repita. Algo así como un plan B, para que los compañeros que se las jugaron y se las siguen jugando tengan un mínimo de apoyo en situaciones de sobrevivencia y salud.
En la red Charquicán se habló hace algún tiempo de la creación de una Mutual solidaria, pero la idea no ha sido desarrollada... Hay una historia común entre mapucistas y miristas, no me refiero a los denominados "ex" que hoy ocupan cargos políticos y que traicionaron sus ideales, sino a los hombres y mujeres del campo y la ciudad, esos que hacen que sigamos soñando que Otro Chile es posible.
Un abrazo, Patty "Ardilla" Parga.
Lo peor en estas circunstancias cuando nos toca despedir a un expp es darse cuenta de quien es realmente el señor ex presidente de Chile Ricardo Lagos cuando definió que la miserable pensión de reparación por prisión y tortura tenía que ser simbólica y austera y no heredable a las viudas que quedan como la Luisa con sus hijas indefensas ante la vida.
Como para tener ganas de que se repita el plato, eso pensaba mientras despedía los restos de Roberto, eso me motivó a apelar a sus compañeros de trabajo, los choferes del sindicato allí presentes, a que se ocuparan de su familia, pues cuando se les hayan terminados los víveres continuarán pasando ahora más hambre, porque Roberto ya no estará allí para inventarle a la vida, este luchador social quien sería el prisionero político mirista más joven de ese periodo en las celdas del Fuerte el Morro de la Marina (entonces al Servicio del SIRE de Concepción), ya no estará disponible, solo su ejemplo de vida.
Un perseguido ayer por la Tiranía y hoy por sus patrones -otra forma de tiranía- un trabajador sindicalista reprimido por su condición de defensor del derecho al trabajo, al que cesantearon afectado su calidad de vida lo que sumado a las secuelas, le pasaron la cuenta, cosa que nunca sucederá con el señor Lagos ni con su esposa, cuando le toque a él dejarla viuda.
Un joven mirista de ayer que se nos fue, ahora como ex preso político y sindicalista, uno que nunca dejó de luchar porque nunca dejó de ser un revolucionario, como lo reconoció un dirigente Sindical en su intervención de despedida.
Chacha
Comparto con ustedes este importante, sentido y humanamente profundo testimonio de Nelson "Antonio" González.
Hola
Hoy día fuimos a sepultar a un compañero: Roberto Rifo Molinet.
Lo conocí en noviembre de 1975 en el campo de prisioneros y de torturas que la Armada Nacional tenía en el Fuerte El Morro de Talcahuano, colindante con el Estadio el Morro de ese puerto.
Militábamos en el MIR y en razón de la compartimentación partidaria no nos habíamos visto nunca antes de la prisión en ese lugar.
Permanecimos allí poco más de un mes y medio, desde octubre a diciembre de aquel año.
Durante todo ese tiempo permanecíamos hacinados en celdas con una venda que cubría nuestra frente en forma permanente y debíamos bajarla a los ojos cuando los torturadores anunciaban su ingreso a las celdas. Silenciosamente tomaban al prisionero que querían interrogar y lo sacaban de la celda. Había que permanecer vendados y adivinar si se habían retirado los torturadores. Si uno se equivocaba y se levantaba la venda antes de que se hubieran retirado recibía un fuerte castigo, inmediato. Generalmente un golpe en los ojos que cegaba por varios minutos. Para evitar ese castigo permanecíamos largo tiempo esperando saber si se habían retirado los torturadores. Entonces nos dábamos cuenta que habíamos estado largo rato solos, sin torturadores, vendados y esperando alguna señal que nos permitiera recuperar la visión. Recuperada, pasábamos rápida revista a los presentes para saber a quien se habían llevado a la tortura y saber a qué atenernos si el que habían llevado tenía vínculo orgánico con los que permanecíamos en el lugar. Si se habían llevado a alguien vinculado había que esperar que hablara o no del vínculo que nos unía. Algunas veces regresaban a buscarnos. Eso significaba que el compañero había hablado y había que afrontar el interrogatorio de la mejor manera para que no lo entregaran al equipo de torturadores. A tropezones, vendado, y sujeto por el brazo por alguno de los torturadores nos llevaban al lugar de interrogatorio. No sabía uno qué había hablado el compañero que lo estaba vinculando generalmente a algún otro compañero que aún no habían detenido. Había que hacer acopio de ingenio para no entregar a los compañeros que buscaban, aunque no siempre se lograba y poco tiempo después llegaba un nuevo compañero a la prisión.
Así llegó Roberto Rifo Molinet al campo de torturas del Fuerte El Morro.
Judas, el encargado del partido de Penco, lo había entregado. No era el primero ni sería el último. Judas entregó a otros veinte compañeros y hubo que amenazarlo de muerte para que no continuara con la delación.
Roberto no entregó a nadie.
Así nos conocimos en una celda de poco más de 9 metros cuadrados que compartíamos más de veinte compañeros, muy apretujados. Roberto tenía poco más de veinte años.
Durante los fines de semana, si no había que capturar en forma urgente a nuevos militantes delatados en la tortura, los torturadores retornaban a sus hogares a acariciar a sus mujeres, a revisar las tareas escolares de sus hijos, o algunos de ellos a embriagarse a algún prostíbulo que atendía en horas de toque de queda.
Mientras los torturadores descansaban y reponían fuerzas para la siguiente semana de interrogatorios, permanecíamos en las celdas bajo el cuidado de infantes de marina que hacían el servicio militar obligatorio.
La totalidad de ellos fraternizaban con nosotros.
Mientras los asesinos y torturadores se refocilaban en los prostíbulos del puerto o acariciaban a sus herederos, que era más o menos lo mismo para esas bestias, quienes permanecíamos en el campo de tortura teníamos también un tiempo de descanso y esparcimiento.
Había dos celdas con cerca de veinte o más prisioneros cada uno y nos juntaban para cantar, tocar guitarra, recitar.
Carlitos Robles declamaba extensos poemas del romancero gitano. Uno de los guardianes se sintió identificado con uno de ellos y le pidió que se lo copiara. Era un poema de un par de enamorados que luego de una ruptura cada uno se había casado pero que luego al reencontrarse, pasados unos pocos años, habían retornado al amor que nunca se había extinguido. Golpeado como estaba, Carlitos accedió. Eso le permitió un mejor trato en la tortura. El infante de marina atormentado luego acudió a mi por consejo legal: había que tramitar dos nulidades de matrimonio, porque no existía el divorcio en esos años.
En esas ocasiones todos los que tenían alguna gracia la exponían allí.
Roberto Rifo cantaba siempre la misma canción: "Soy un cazador... ". De ahí en más quedó motejado como El Cazador.
Se nos fue el Cazador.
Recuperada la libertad Roberto junto con Carlos Robles estuvieron trabajando para la Vicaría de la Solidaridad transportando alimentos para los comedores populares que en esos tiempos de hambrunas mantenía y sostenía la iglesia católica en esta región.
Ocupaban en esos menesteres un viejo camión comprado con ayuda que llegaba del exilio a través de la Vicaría. Así aprendieron a "manejar", conducir vehículos el Cazador y Carlitos. Algunos años más tarde el Cazador empezó a trabajar como chofer de taxibus. Allí pronto formó un sindicato en la línea Mi Expreso. Luego fue dirigente comunal, provincial, regional y nacional del gremio de los choferes de buses. Vivió para la causa gremial. Solidario al extremo de ceder su propia cama a sindicalistas que participaban en torneos nacionales realizados en nuestra ciudad, como lo decía un dirigente en el cementerio despidiendo sus restos en el día de hoy.
Anteayer murió Roberto a los 57 años de una enfermedad quizás curable si hubiera tenido los medios.
Tres años atrás fue despedido por su último empleador. Litigó exitosamente y logró que el empresario fuera condenado a reintegrarlo a su trabajo porque tenía fuero sindical. Llegaron hasta la Corte Suprema intentando revertir los fallos. No lo lograron, pero entre tanto el empresario traspasó todos sus bienes a familiares y testaferros y no lo reintegró a sus labores, no le pagó las remuneraciones adeudadas y no le pagó las cotizaciones previsionales de los últimos quince años. Murió Roberto sin obtener un peso, en la más absoluta miseria económica, dejando una viuda, una hija inválida absoluta de 18 años, otra hija menor y un nieto viviendo en una mejora en el patio de la vivienda de su suegra. En los últimos tiempos hubo días en que en esa familia no había qué comer, sólo se podía tomar un poco de té. Roberto, entre tanto, hacía clases de sindicalismo a trabajadores que recién se incorporaban a estas luchas. O estaba en la Inspección del Trabajo de alguna ciudad de la intercomuna asesorando a algún trabajador despedido injustificadamente.
Roberto, el Cazador, ha muerto. Es el primero de quienes estuvimos prisioneros en el Fuerte El Morro en 1975.
Nos reunimos unos pocos de sus compañeros en el cementerio: Reinaldo Muñoz, Tito Carrillo, Carlos Robles, Chemaría. También nos acompañó Héctor, Chacha, Sandoval a quien le encargamos dijera algunas palabras de despedida a nombre de los ex presos políticos, reivindicando su militancia mirista. Acordamos allí mismo, casi al pie de su tumba, apoyar a su viuda para que postule a una vivienda y comprometimos a los dirigentes sindicales que acudieron a despedir sus restos mortales a colaborar con el aporte de diez UF de ahorro para la vivienda.
Se nos fue un compañero que luchó toda la vida por los demás hasta tal punto que dejó a su propia familia en la indigencia y la miseria económica.
Ojalá puedas difundir este testimonio de consecuencia solidaria entre lo que se predica y lo que se practica, quizás de un modo extremo que refleja un modo de vida ya extinguido.
Saludos, Nelson González.
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