CHILE: ISLA DAWSON, CAMPO DE DETENCION DEL PINOCHETISMO
La Justicia chilena fijó una indemnización para 31 ex
presos políticos que fueron confinados a prisión en la región de Magallanes,
donde soportaron torturas.
Por Christian Palma -
Página 12
Desde Santiago
“Me sentí como el protagonista de una de esas películas de la Segunda Guerra
Mundial. Cuando llegamos al campo, algunos lloramos al ver tantas murallas
alambradas. Había veintisiete. Era difícil de creer”, dijo Baldovino Gómez en 1989 a la desaparecida revista
Análisis, férrea opositora a la dictadura de Pinochet. Gómez fue uno de los
muchos prisioneros que tras el golpe militar del 11 de septiembre de 1973
fueron confinados a la ya mítica Isla Dawson, ubicada a cien kilómetros de
Punta Arenas, en el Estrecho de Magallanes. A ese lugar, donde literalmente se
acaba el mundo, llegaron al menos cien prisioneros a los pocos días de la
irrupción militar. Otras cifras hablan de hasta cuatrocientos presos recluidos
en cuatro barracas, que estuvieron hasta octubre de 1974, cuando se clausuró el
campo de concentración.
El 10 de enero
de 2008, 31 ex prisioneros políticos de la Región de Magallanes, que fueron torturados y
sometidos a trabajos forzados y confinados en los campos de concentración de
Isla Dawson y Magallanes, demandaron por daños y perjuicios al Estado de Chile.
Después de cinco años de esa acción legal, la demanda presentada por los ex
prisioneros Elie Valencia, Miguel Loguercio, Baldovino Gómez, Héctor Avilés y
otros, patrocinada por el abogado Víctor Rosas, tuvo un fallo favorable en la
sentencia de primera instancia notificada por la jueza Claudia Donoso:
“Esta sentencia
dictamina que los derechos humanos son inherentes al ser humano durante toda la
existencia de éste, no es posible sostener que un Estado pretenda desconocer la
reparación necesaria y obligatoria, ya que ello significaría el desconocimiento
del derecho humano conculcado”, señala la sentencia. Establece además la
“imprescriptibilidad” de los crímenes de guerra y de lesa humanidad y fijó una
indemnización por el daño moral a los afectados, de 150 millones de pesos
chilenos (320.000 dólares aproximadamente) para cada uno de los demandantes.
Esto “atendida la gravedad de las violaciones a los derechos humanos a que
fueran sometidos, que incluye el tiempo que se encontraron privados de libertad
y que fueran reconocidos como víctimas del Estado chileno en el Informe de la Comisión Nacional
sobre Prisión Política y Tortura”.
Los demandantes
estiman que el Estado de Chile “debiera moralmente acatar la resolución
judicial y abstenerse de apelar esta sentencia”.
Desde Punta
Arenas y capeando los fuertes vientos registrados ayer en la zona, Baldovino
Gómez contó a Página/12 que “es un pequeño paso, pero importante, sobre todo
porque se cumplen cuarenta años de la instauración de dictadura en Chile. Estos
crímenes son imprescriptibles y de alguna manera se hace justicia. Acá hubo una
práctica sistemática del Estado para agredir y vulnerar los derechos humanos”.
En la Isla Dawson, los
presos eran obligados a hacer marchas y formaciones militares, hacer ejercicios
y realizar trabajos forzosos. Su trabajo consistía en instalar postes y cables,
llenar camiones con todo tipo de material, limpiar caminos, excavar canales,
acarrear sacos de ripio al trote y recolectar helechos en descomposición de un
pantano, para ser usados como abono.
Destacados
políticos involucrados en el gobierno de la Unidad Popular de
Salvador Allende fueron enviados al lugar. Entre los detenidos de la UP se encontraba Orlando Letelier
(asesinado en Washington por agentes del régimen militar de Pinochet en 1976),
José Tohá (ministro de Allende, asesinado al comienzo de la dictadura), el ex
senador Sergio Bitar (autor de un libro acerca de su paso por Dawson) y el ex
ministro de Minería Benjamin Teplinsky, entre otros.
Según datos de
www.dawson2000.com, agrupación de los hombres y mujeres que sufrieron la
represión y violaciones de derechos humanos bajo la dictadura militar en la Patagonia magallánica,
en la isla existían tres categorías de celdas. En el nivel uno, el prisionero
contaba con ropa y frazadas; en el nivel dos, no se les daba frazadas, y en el
tres, se les negaba acceso a ambas cosas. Simulacros de ejecuciones y acoso
generalizado eran prácticas comunes en el interior de la isla. A los presos no
se les permitía tener comunicación con sus familiares, excepto en la forma de
una carta preimpresa estándar en la que se dejaban algunos espacios en blanco.
De esta manera, los presos podían recibir a veces encomiendas y cartas de sus
seres queridos, aunque éstos eran rigurosamente censurados. Los prisioneros se
lavaban en un canal con agua servida y las comidas y barracas de alojamiento
eran muy deficitarias.
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