domingo, 11 de enero de 2015
¿Podemos fiarnos de la progresía intelectualista?
Respuesta al cuestionario de once
preguntas del colectivo venezolano Pasajeros del Sur, a raíz del X
Congreso de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, celebrado en
Caracas.
-Pregunta No 1- ¿Cuál es el papel del intelectual en este momento histórico
que vive la humanidad? ¿Cuál es el intelectual necesario, es decir, qué es un
intelectual y para qué sirve en el siglo XXI?
-Lo primero que debemos dilucidar es el concepto de «intelectual», no
vaya a ser que en realidad pensemos cosas opuestas aunque creamos que hablamos
de lo mismo. Siempre es bueno empezar por la ideología dominante, la burguesa,
porque nos permite saber qué camino no debemos seguir. La Enciclopedia editada
por Salvat-El País en 2000, tenida como una de las menos reaccionarias en
lengua española, define al intelectual así: «Perteneciente o relativo al
conocimiento. Espiritual o incorpóreo. Dedicado preferentemente al cultivo de
las ciencias y letras». La idea está clara: el intelectual es una persona
dedicada, si no a la contemplación pasiva o a la elucubración abstracta, sí al
cultivo de un pensamiento bastante separado de las mundanas prácticas sociales,
del sucio barro de la realidad.
La definición aquí presentada choca de pleno con la dialéctica de la
praxis que presenta Marx en sus Tesis sobre Feuerbach, punto de
arranque de cualquier reflexión seria sobre el eterno problema del «papel de
los intelectuales», que a lo sumo se han dedicado, y se dedican, a interpretar
el mundo cuando lo que hay que hacer es transformarlo. Choca frontalmente, por
tanto, con su concepción --y con la de Engels-- sobre el contenido
ético-político, «subjetivo», de la filosofía marxista, en la que el llamado
«criterio de la práctica» no sólo determina el proceso de pensamiento y de
avance en la verdad como fuerza revolucionaria, sino además, y precisamente por
eso, como exigencia ineludible para la coherencia lógica del proceso de
pensamiento: el «criterio de la práctica», en el sentido dialéctico de
«negatividad absoluta» con todo dogma, muestra que no existe ni puede existir
«verdad» alguna que sea reaccionaria, conservadora o reformista, sino que la
verdad siempre es revolucionaria.
Es por esto, que desarrollando las tesis escritas en la Ideología
alemana, los intelectuales son presentados al desnudo en el Manifiesto
Comunista como ideólogos de la clase burguesa que propagan su cultura
e ideología. Ahora bien, en períodos de crisis, una pequeña porción de ellos
puede tomar conciencia de la realidad, porque «se han elevado hasta la
comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico». Esta minoría ha
tenido que superar inmensas barreras internas porque ha sido educada para
fortalecer y expandir la cultura capitalista, o sea, «La cultura, cuya pérdida
deplora (la burguesía), no es para la inmensa mayoría de los hombres, más que
el adiestramiento que los transforma en máquinas». La intelectualidad del
sistema es, así, una máquina cultural que fabrica máquinas humanas.
Emanciparse de esta realidad y ascender al nivel intermedio de
intelectual progresista como antesala de la persona revolucionaria que milita
en la lucha teórico-cultural, esta desalienación y superación práctica del
fetichismo y de la escisión entre el trabajo intelectual y el trabajo manual,
es una tarea titánica que logran contados intelectuales progresistas. Varias
veces a lo largo de su obra, ambos amigos revolucionarios insisten en que,
según las circunstancias, sectores de «ideólogos», de pequeño burgueses y hasta
excepcionalmente de burgueses avanzan en un proceso de desalienación hacia
integrarse completamente en la clase trabajadora: de hecho ellos y otros
revolucionarios son un ejemplo vivo de «traición de clase», en el buen sentido
humanista y emancipador.
Inmediatamente después de la radical y por ello cierta definición de
cultura burguesa ofrecida por Marx y Engels, ambos amigos vuelven a marcar
distancias absolutas con la intelectualidad oficial: «Mas no discutáis con
nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad burguesa el criterio
de vuestras nociones burguesas de libertad, cultura, derecho, etc. Vuestras
ideas mismas son producto de las relaciones de producción y de propiedad
burguesas, como vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase
erigida en ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las condiciones
materiales de existencia de vuestra clase».
La incompatibilidad entre los y las revolucionarias que militan en la
lucha teórico-cultural, política en esencia, y la intelectualidad oficialmente
definida, es decir, capitalista aunque «progre», como veremos luego, esta
incompatibilidad aparece nítidamente expuesta en el párrafo citado arriba: no
se puede abolir la propiedad burguesa aplicando el derecho, la libertad, la
cultura, etc., capitalistas porque estos y otros conceptos emanan directamente
de esa propiedad privada, es especial el derecho que es la voluntad y la
necesidad del capital hecho ley. En la medida en que la intelectualidad
progresista no rompa con la ideología burguesa, en esa medida seguirá siendo
capitalista.
En el Manifiesto Comunista se hace un devastador
estudio de las diversas ideologías políticas, de las formas de intelectualidad
existentes en 1848: por un lado el «socialismo reaccionario» dividido en
«feudal», «pequeño burgués», y «alemán o verdadero», y por otro lado el
«socialismo conservador o burgués». No hay duda de que bastantes de las tesis
ideológicas del «socialismo reaccionario» de la época han subsistido adaptadas
a las necesidades presentes de sectores específicos del imperialismo y de las
diversas burguesías locales; pero es en el «socialismo burgués» en donde en
donde Marx y Engels descubren lo que será el núcleo de la intelectualidad
«progresista» en el capitalismo de comienzos del siglo XXI:
«A esta categoría pertenecen los economistas, los filántropos, los
humanitarios, los que pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras,
los organizadores de la beneficencia, los protectores de animales, los
fundadores de las sociedades de templanza, los reformadores domésticos de toda
laya (…) quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna sin
las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren perpetuar la
sociedad actual sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la
burguesía sin el proletariado (…) no entiende, en modo alguno, la abolición de
las relaciones de producción burguesas --lo que no es posible más que por vía
revolucionaria--, sino únicamente reformas administrativas realizadas sobre la
base de las mismas relaciones de propiedad burguesas, y que, por tanto, no afectan
a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo
únicamente, en el mejor de los casos, para reducirle a la burguesía los gastos
de requiere su dominio y para simplificarle la administración de su Estado».
Aunque con los años Marx y Engels profundizaron y enriquecieron sus
concepciones teóricas siempre sobre la base prácticas desarrolladas en la lucha
de clases, siendo así, sin embargo dejaron escrito lo esencial de su crítica de
la intelectualidad en sus primeros textos. Desde entonces, la postura ante la
propiedad privada de las fuerzas productivas ha sido la que rompe de raíz toda
ilusión sobre una posible concordancia entre la intelectualidad «progresista» y
la praxis revolucionaria que se ejerce en el área de la lucha teórico-cultural:
«…los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario
contra el régimen político y social existente. En todos estos movimientos ponen
en primer término, como cuestión fundamental del movimiento, la cuestión de la
propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que esta
revista (…) Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos.
Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando
por la violencia todo orden social existente. Las clases dominantes pueden
temblar ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que
perder con ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo por ganar».
Defender siquiera indirectamente la propiedad capitalista o luchar por
la propiedad comunista, esta y no otra es la contradicción irresoluble que
enfrenta a todo intelectualismo reformista con la praxis revolucionaria
dedicada a la lucha teórica, cultural, ética, filosófica…. Desde que Engels y
Marx escribieron el Manifiesto Comunista, esta diferencia
insuperable ha sido asumida y practicada de un modo u otro por las y los
marxistas posteriores, hasta la actualidad, cuando todavía adquiere más
vigencia ya que, por un lado, la burguesía necesita imperiosamente imponer la
total mercantilización de la vida y de la naturaleza, es decir, privatizarlo
absolutamente todo, mientras que por el lado opuesto, la humanidad explotada
necesita reinstaurar la propiedad comunista, colectiva, comunal, común, pública
o social, al margen ahora de mayores precisiones, en el planeta entero.
-Pregunta No 2- En el contexto de la Revolución Bolivariana, ¿qué
aportes ha dado Venezuela para repensar el nuevo orden social?
-Ciñéndonos al tema específico que ahora tratamos, el del papel de los
intelectuales, la revolución bolivariana y Venezuela en concreto, han aportado
una cosa básica que debemos explicar en tres grandes áreas. La lección básica
no es otra que confirmar la valía de lo expuesto en el punto anterior sobre las
diferencias entre la intelectualidad en su definición genérica, dominante y
oficial, y la praxis revolucionaria de militantes por el socialismo que superan
cualitativamente la estrechez de miras del intelectualismo. Pongo el caso de
Hugo Chávez como ejemplo de tantos otros ejemplos prácticos.
Cuando estalló el Caracazo, sublevación en masa contra el
neoliberalismo, el 27 de febrero de 1989 el grueso, por no decir la totalidad
de la llamada élite política e intelectual fue cogida por sorpresa, e incluso
muchas fuerzas revolucionarias que debieran conocer al menos lo básico de la
dialéctica entre espontaneidad de masas y organizaciones de vanguardia
anduvieron a la deriva por entre las masivas protestas populares y la feroz
represión estatal que antes había debilitado a las izquierdas con persecuciones
varias. Pero la fuerza política que mejores lecciones extrajo de aquella
sublevación ahogada en sangre fue la dirigida por Hugo Chávez que supo
insertarla en el largo proceso de lucha por la independencia verdadera de la
Patria Grande soñada por Bolívar: el bolivarianismo tuvo una de sus primeras
apariciones públicas en el pequeño video del 4 de febrero de 1992 en el que
asumía personalmente toda la responsabilidad por el fracasado golpe militar que
él había organizado y dirigido.
Recuperar y actualizar el contenido de emancipación social de Bolívar,
este acierto, sólo podía lograrse desde parámetros teóricos y culturales
esencialmente arraigados en la memoria y cultura populares de las masas
venezolanas y latinoamericanas; no podía realizarse desde el intelectualismo
academicista y eurocéntrico formado en el desprecio racista a «todo lo indio».
La actualización de Bolívar era el paso previo necesario para la recuperación
en 2005 del concepto de socialismo tras tantos años de olvido y tergiversación
sistemática. La fusión de ambos términos, bolivarianismo y socialismo, permite
llegar a la raíz del problema de los intelectuales en las América, o sea, la
raíz doble de la primera emancipación criolla contra la ocupación española, el
bolivarianismo inicial, amputado y traicionado por las burguesías una vez
conquistado su poder; y la segunda independencia, la socialista, la del pueblo
trabajador sobre el capitalismo como síntesis de todos los pueblos explotados
desde la invasión europea.
La teorización de la lucha socialista contra la propiedad privada
burguesa tal cual se presenta en 2014 en las Américas, una de las tareas
decisivas de la praxis revolucionaria en el área de la lucha contra la
ideología imperialista, adquiere así su pleno sentido con la fusión del
bolivarianismo y del socialista lograda inicialmente en 2005. A raíz de este
logro, sobre su base, se levantan otras tres dinámicas que pueden llegar a ser
decisivas en la llamada «lucha de ideas», nombre algo equívoco porque puede
sugerir cierta desconexión entre las «ideas» y los «hechos».
Una es el de la potenciación por el gobierno bolivariano de la cultura
crítica, revolucionaria, generalmente emergida desde las experiencias de las
masas populares del continente, y en este sentido tiene un mérito decisivo el
complejo audiovisual de TeleSur y de otros sistemas de creación y divulgación
cultural, en un contento internacional casi monopolizado por la industria
político-mediática imperialista, por su cultural mercantilizada. Sin duda, es
desde el mal llamado «Norte», desde la izquierdas y pueblos oprimidos en la UE
y los EEUU, desde donde más fácil y rápidamente valoramos el potencial
emancipador de estos y otros medios de creación teórica y cultural solamente
asequibles mediante el poder estatal del pueblo.
Otra, relacionada con la anterior pero que debemos reseñar por sí misma
es la política de impulso de los poderes comunales, de las experiencias de
empoderamiento popular en barrios y pueblos, allí en donde realmente la clase
explotada, el pueblo trabajador, está en condiciones materiales directas de
elaborar su propio pensamiento, su teoría emancipadora basada en la praxis de
lo comunal, de lo colectivo. Al margen de las deficiencias y limitaciones que
sufran estas experiencias, su valor liberador es incuestionable, tanto más en
el área de la cultura popular, del pensamiento crítico de las masas para saber
emanciparse de la ideología del derecho burgués de la propiedad privada de las
fuerzas productivas, de los bienes comunes, para llevar la batalla al centro
vital: la (re)conquista de la propiedad comunal.
Y tres, la política de alfabetización y escolarización masiva del
pueblo, que este año de 2014 ha logrado un nuevo record y que muestra cómo es
imprescindible disponer de un suficiente poder estatal para luchar contra el
analfabetismo capitalista. Desde el primer socialismo utópico se supo que la
educación popular es un decisivo instrumento de liberación humana; pero uno de
los grandes méritos del socialismo marxista fue, en este caso, unir esa educación
popular con una pedagogía socialista destinada a devolver la supremacía a la
praxis revolucionaria sobre el intelectualismo abstracto vencedor desde la
contrarrevolución idealista simbolizada en el platonismo.
Los tres avances concretos –con sus limitaciones y contradicciones-- de
la revolución bolivariana en lo relacionado con la cultura libre y popular
chocan frontalmente con la estrategia imperialista de privatizar el pensamiento
humano.
-Pregunta No 3- Luis Britto García, intelectual venezolano, citado por
Julio Cortázar, a propósito del quehacer del intelectual en América Latina,
llevaría a la reflexión:“servirse de los medios de comunicación de masas aún
en los países en los cuáles no hay perspectivas revolucionarias inmediatas.
Posiciones muy respetables han afirmado el derecho del creador a desligar su
obra de toda militancia en favor del contenido estético. Pensamos, por el
contrario, que la urgencia de la hora impone al intelectual una triple
militancia: la de la participación en las organizaciones políticas
progresistas; la de la inclusión del compromiso en el contexto de su obra, y la
tercera militancia y batallar por la inserción de su obra, en el ámbito real de
los medios masivos de comunicación, anticipándose así a la revolución política,
que concluirá por ponerlos íntegramente al servicio del pueblo. Porque mientras
la política no asegure la liberación cultural de Nuestra América, la cultura
deberá abrir el camino para la liberación política” ¿Qué piensas de
este planteamiento trayéndolo a la actualidad?
-Estando totalmente de acuerdo en las tres decisiones que ha de tomar el
intelectual, sin embargo pienso que Luis Britto García se limita al concepto
progresista y en cierta forma «neutral», positivista, de intelectual, a la
versión democraticista de la definición de intelectual dada por la Enciclopedia
de Salvat-El País arriba presentada. Con esto no quiero decir que no tenga
razón, la tiene y toda, pero siempre que entendamos por «intelectual» a una
persona que piensa que vive separado de la miseria social. Acotado el debate a
estos límites, es incuestionable que el intelectual que va tomando conciencia
de la explotación debe estrechar cada vez más sus lazos vivenciales con las
clases y pueblos oprimidos, con los colectivos explotados.
Resulta muy aleccionadora aquí la introducción de Engels a su magistral
obra de 1845 La situación de la clase obrera en Inglaterra, en la
que explica cómo vivió muchos meses totalmente inmerso en la realidad de la
clase trabajadora para conocerla desde dentro. Engels, desde luego, no era un
intelectual sino un revolucionario, lo que le facilitó sobremanera llegar a
fundirse con el proletariado y escribir esa imprescindible obra que aún hoy nos
aporta lecciones necesarias.
Del mismo modo, si Lenin no hubiera vivido dentro de las clases
explotadas rusas, muchas veces en la clandestinidad, durante finales del siglo
XIX y comienzos del XX, no hubiera podido escribir el ¿Qué Hacer?,
obra que, entre otras cosas, revela un conocimiento exhaustivo y experimentado
de la realidad de clase, al igual que Mao no hubiera podido realizar sus
investigaciones sobre la composición de clase de China sin el contacto diario
con las masas campesinas. Podríamos seguir citando casos idénticos que nos
llevan a uno de los dos pasos sin vuelta atrás al que se debe enfrentar todo
intelectual si quiere llegar a ser un revolucionario: fusionarse con la
humanidad explotada. El otro paso es una continuación lógica del anterior: el
Che le dijo una vez a Nasser lo que sigue:
«El momento decisivo en la vida de cada hombre es el momento cuando
decide enfrentarse a la muerte. Si la enfrenta, será un héroe, tenga éxito o
no. Puede ser un buen o mal político, pero si no se enfrenta a la muerte, nunca
será más que un político».
Naturalmente, el Che se refería al «hombre nuevo», que va desalineándose
a la vez que se convierte en revolucionario. Sus palabras valen tanto para el
político como para el intelectual, progresistas los dos, pero que dudan y
retroceden en el momento crítico de poner en práctica lo que escriben, de hacer
lo que dicen. Hugo Chávez no era un intelectual, era un revolucionario porque
afrontó conscientemente la muerte para hacer lo que decía, sabiendo que la
simple palabra se queda en nada si no es realizada en la práctica, en la acción
revolucionaria que la materializa como fuerza objetiva de liberación. La
mayoría inmensa de intelectuales y políticos no se atreven a dar ese salto
cualitativo, quedando en simples «escribidores».
-Pregunta No 4- ¿Cuál es el papel de los movimientos sociales en la
coyuntura actual?
-Siempre dentro de la cuestión que nos atañe ahora, el papel de la
intelectualidad, hay que decir que los movimientos sociales y populares, sobre
todo el movimiento obrero y el feminista, cumplen la función decisiva de
escuelas de aprendizaje e inserción de la intelectualidad dentro del conjunto
del pueblo trabajador, definición a la que volveremos posteriormente.
Una dificultad creciente de los movimientos populares es que cada vez
necesitan más conocimientos concretos, saberes específicos en sus áreas de
intervención debido a la complejización, diversificación e interacción de las
diversas problemáticas del capitalismo. El incremento de las dificultades de
todo tipo que lastran la realización del beneficio, ralentizan la rapidez del
ciclo entero de obtención de plusvalía, lo que obliga al capital, entre otras
cosas, a buscar nuevas ramas económicas que aceleren el proceso a la vez que
aumenta las presiones y ataques a las masas trabajadoras. Los colectivos
sociales que se enfrentan a la multiplicación de las opresiones e injusticias
han de adquirir cada día más y más conocimientos de toda índole para responder
a esa complejización acelerada. Por ejemplo, los movimientos barriales y
vecinales deben estudiar además de las nuevas leyes municipales también las
nuevas propuestas sobre un urbanismo social y democrático que se realizan en
otros países para elaborar alternativas populares a los planes de urbanización
burguesa.
Lo mismo ocurre con la salud, la educación, el medioambiente y la
socioecología, el llamado ocio, la explotación asalariada, la opresión
patriarcal, la defensa de los derechos democráticos, la lucha contra el racismo
y el fascismo, etc.; en estas y otras áreas de resistencia social, los
colectivos han de estar siempre a la altura de los cambios introducidos por la
clase dominante, también de las lecciones que se pueden extraer de luchas
idénticas en otros lugares y, sobre todo, han de disponer de medios para
elaborar alternativas concretas que demuestren en la experiencia diaria del
pueblo que es posible ganar batallas tácticas locales, parciales, orientadas
mediante una estrategia revolucionaria hacia los objetivos socialistas
irrenunciables.
Los intelectuales progresistas, que todavía no se han desalienado del
todo, tienen en los movimientos sociales un espacio insustituible en el que
aplicar sus conocimientos y en el que aprender a la vez según la filosofía de
la praxis expuesta en las Tesis sobre Feuerbach: el educador ha se ser educado,
la transformación personal es parte de la transformación colectiva, interpretar
el mundo es parte de la acción revolucionaria…., siempre dentro de una
estrategia orientada a la superación de la propiedad privada y a la
instauración de la propiedad colectiva.
No descubrimos nada nuevo diciendo lo que decimos aquí, sólo adecuamos
al presente lo que ya está pensado desde los primeros años de disputa teórica
entre el socialismo utópico y el marxismo. Una lectura de las críticas de Marx,
Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, etc. a los ideólogos democraticistas de su
época, por ejemplo a Proudhon en lo negativo y a Dietzgen en lo positivo, nos
lleva exactamente a las mismas conclusiones básicas arriba planteadas. Pero
veamos cuatro ejemplos prácticos: uno, el papel de maestros y maestras en el aprendizaje
del primer movimiento obrero inglés, así como de intelectuales europeos
emigrados en las Américas.
Otro, la política bolchevique hacia los técnicos, intelectuales,
economistas e incluso mandos militares para que ayudasen a la revolución en sus
peores momentos. Además, la política cubana de facilitar los debates sobre
estrategia socioeconómica, cultural y democrático socialista con las
principales corrientes del socialismo internacional. Por último, la experiencia
venezolana y latinoamericana de TeleSur como punta de iceberg de un proyecto
global.
Desde luego que en estos cuatro ejemplos hubo y hay errores y
contradicciones, decisiones injustas y hasta retrocesos graves, como en
absolutamente todas las luchas de liberación, pero nada de ello anula el deber
de estudiar lo positivo de esas y otras experiencias en las que fracciones de
ideólogos de la clase dominante «desertaron de su clase» y se integraron en el
pueblo trabajador. El capitalismo actual complejiza al extremo las relaciones
sociales de producción y reproducción, a la vez que aumenta el analfabetismo
funcional y la ignorancia global de la fuerza de trabajo directa o potencial,
formándola sólo en aquellas tecnologías necesarias para una producción
altamente segmentada y simplificada en la casi totalidad de los procesos
productivos.
Por un lado, una población inculta relativa e incluso absolutamente en
muchas cuestiones; por otro lado, una tecnocracia y fuerza de trabajo altamente
cualificada ideológicamente fiel al capital, y en la mitad sectores
intelectuales progresistas que apoyan parcialmente al pueblo en muchas luchas
pero que no se atreven, o no quieren, integrarse en él porque, al final, saben
que su calidad de vida depende de los salarios relativamente altos que pueden
seguir cobrando si se dejan explotar por el capital.
-Pregunta No 5-¿Qué llamado le harías a la “intelectualidad” que no está
de acuerdo con el encuentro de los pensadores anticapitalistas?
-Por desgracia, no estoy al tanto de estos debates; desconozco qué
argumentos tienen para no acudir quienes se han negado a hacerlo y; también
ignoro quienes han sido. No se qué razones aducen en esa discusión los que sí
han participado en el evento. Dicho esto, y moviéndome con la precaución
necesaria, sí pienso que en las condiciones mundiales y latinoamericanas
actuales, en medio de las presiones imperialistas contra Venezuela, en
concreto, y desde la perspectiva de las necesidades de la izquierda independentista
vasca en la que milito, desde esta perspectiva general y a la vez particular,
era necesario acudir y ha sido positivo hacerlo.
La lucha teórico-política, cultura y ética entre el capitalismo y la
humanidad explotada está entrando en un punto decisivo porque todos los
indicadores de las crisis parciales que se fusionan en una sola, muestran que
nunca antes se han conjugado tantos y tan graves problemas de supervivencia.
Podríamos comparar, salvando todas las distancias y sin entrar en detalles, el momento
y las necesidades presentes con los contextos que propiciaron la creación de
las Internacionales obreras, incluida la Cuarta, y los debates sobre una
hipotética Quinta Internacional, así como los diversos movimientos de los No
Alineados, por la paz mundial, los sucesivos Foros Sociales, etcétera, así como
los nueve Congresos anteriores de esta Red de Intelectuales y Artistas, para
comprender la importancia de multiplicar los eventos en los que las diversas
corrientes teóricas podamos contrastar nuestras opiniones sobre la agudización
de las contradicciones estructurales del capitalismo, sobre todo sus nuevas
formas de manifestación y en especial sobre las «nuevas» contradicciones que
enfrentan irreconciliablemente a la propiedad privada burguesa con la vida
humana y con la naturaleza.
En mi experiencia particular, limitada, pero también en la más amplia
elaborada por otros y otras asistentes, este encuentro ha sido positivo porque,
entre otras cuestiones, ha dado nuevos bríos a planes concretos de futuro,
sobre los que no me voy a extender porque ya están saliendo en prensa. No hay
que olvidar, sin embargo, que ha habido determinadas cuestiones urgentes que no
se han debatido con la profundidad necesaria, pero debemos comprender las
limitaciones del congreso. Personalmente estoy muy satisfecho de haber acudido.
-Pregunta No 6-¿Se puede ser un intelectual más allá de las academias,
de los títulos universitarios?
-Sí, no hay duda, pero precisando que los «traidores a su clase», los
intelectuales progresistas que van acercándose al pueblo trabajador hasta
integrarse en él, sufrirán rechazos crecientes, aislamiento y hasta represiones
en la medida en la que se independicen de sus cadenas burguesas materiales y
mentales, económicas y psicológicas. Hay mucha mitología interesada sobre la
«neutralidad» de la academia, sobre la «libertad de cátedra», sobre las
posibilidades casi inagotables que ofrece la Universidad para elaborar un
pensamiento revolucionario, pero la realidad es mucho más dura, pese a lo cual siempre
ha habido, hay y seguirá habiendo revolucionarias y revolucionarios que
trabajan asalariadamente en la Universidad pública y hasta privada, y que a la
vez son militantes organizados en grupos de vanguardia incluso ocultando esa
militancia en su puesto de trabajo por razones obvias.
No son en absoluto «intelectuales progresistas» son revolucionarios que
trabajan en un medio hostil, explotador, como una obrera sindicalizada lo hace
en una gran transnacional. He intentado definir arriba las diferencias
cualitativas entre ambos extremos. Personalmente me siento orgulloso de ser
amigo de militantes de esta tremenda categoría humana.
La experiencia histórica muestra que las obras teórico-políticas
decisivas para la lucha revolucionaria se han gestado en un medio no sólo
exterior a la academia, sino en un medio social enfrentado a los valores que
sirven de excusa al sistema universitario capitalista. Que esta experiencia
histórica sea así no resta importancia en modo alguno a la necesidad de un
pensamiento racional sistemático, coherente, elaborado en base a las reglas de
la lógica formal y de la lógica dialéctica, especialmente. Recordemos la
autoexigencia de Marx y de Engels hacia el rigor analítico y las precauciones
metodológicas que tomaban para proceder luego a la síntesis.
Recordemos también la inicial crítica de Engels a Kautsky por su
ligereza en la selección de datos, referencias, bases históricas…, por citar
algunos casos. Ahora bien, el sistema académico burgués rechaza la dialéctica
marxista como la mente sumisa rechaza la creatividad crítica, aunque se
«enseñe» eso que llaman «filosofía marxista» en algunas clases de filosofía
oficial, como se «enseña» a Marx en algunas clases de economía y de sociología.
Precisamente es este contexto negativo el que multiplica el mérito de las
revolucionarias que dentro de la academia o en cualquier otro medio intelectual
burgués elaboran buena teoría crítica y la divulgan entre el pueblo.
El sistema educativo es una poderosa arma burguesa, controlada
directamente por su Estado y por su «libertad de mercado», de manera que sus
recursos fundamentales siempre están en manos del capital. Un ejemplo
aplastante lo tenemos en la perversa capacidad de la academia para subsumir e
integrar el marxismo intelectualista en la parte progresista de la ideología
dominante. Ya en vida de Marx y Engel quedó claro cómo universitarios
progresistas licuaban la dialéctica del pensamiento de ambos amigos hasta
forzar a Marx a decir que si esa tergiversación era «marxismo», entonces él no
era «marxista». Poco después Engels criticaba ásperamente la cómoda vagancia de
los universitarios que despreciaban la historia real de la lucha de clases, a
la vez que, poco más adelante, denunciaba a los intelectuales que perdían el
tiempo escribiendo tonterías en los periódicos de la socialdemocracia alemana.
Lenin fue un irreconciliable crítico del «marxismo legal», académico,
tolerado por la dictadura zarista mientras reprimía sin piedad al marxismo
vivo, crítico, clandestino. Gramsci tuvo que lidiar con el intelectualismo
idealista de Croce para recuperar la dialéctica del marxismo, y luego, con las
dificultades asfixiantes de la censura carcelaria, tuvo que dejar algunas
imprecisas pero valiosas pese a ello aportaciones sobre la cuestión de los intelectuales,
del papel de la cultura popular-nacional en la lucha por la hegemonía, etc.
Luego vendrían los años dorados del teoricismo marxista fabricado en las
universidades durante el keynesianismo y bajo el astuto y omnipresente control
invisible del llamado «Estado del bienestar» allí donde estivo activo en
Occidente. Además de la plomiza dogmática stalinista aún vigente en aquellos
años, otra razón de la derrota de la oleada prerrevolucionaria de entre finales
de la década de 1960 y comienzos de la de 1980, con sus altibajos, fue
precisamente la pobreza del marxismo teoricista elaborado en las universidades
europeas en aquellos años, salvo brillantes excepciones.
El eurocomunismo fue masivamente aceptado y divulgado por la
intelectualidad progresista universitaria, al igual que lo sería la denominada
«tercera vía» y todas las modas post sin olvidarnos de otras modas blandas como
la del decrecimiento, el buen vivir, la economía social, los feminismos
reformistas varios y un largo etcétera, hasta concluir por ahora en la vacuidad
de Podemos. De alguna forma sucedió algo parecido en bastantes
lugares de las Américas. El «marxismo» rusocéntrico y eurocéntrico estaba
umbilicalmente unido a los aparatos académicos y universitarios oficiales en
aquellos sistemas, con excepciones admirables y dignas de revolucionarios y
revolucionarias que, como hemos indicado, mantienen su independencia teórica y
política militando en el seno del pueblo explotado a pesar de ser asalariados
de la industria académica en Occidente, y del poder académico en la URSS y su
área de influencia.
-Pregunta No 7-¿Cuál es el papel de la juventud en la producción de
conocimiento?
-He escrito y debatido en varios lugares sobre el poder adulto como
fuerza productora de una juventud dócil y fiel al sistema, una juventud que
refuerce los pilares del sistema patriarco-burgués y que luego, cuando llegue a
la edad adulta, los reproduzca de manera ampliada. Lo primero que debemos tener
en cuenta en la respuesta a esta pregunta es que la institución familiar
patriarco-burguesa, sin mayores explicaciones ahora, es una trituradora del
potencial praxístico inherente a la especie humana-genérica.
El poder adulto tiene uno de los recursos más efectivos de perpetuación
en la fábrica de obediencia intelectual que es la universidad, sobre todo la privada,
pero su baza fundamental se encuentra en la institución familiar que es la que
ancla las cadenas de la sumisión y del miedo a la libertad y al placer en la
estructura psíquica infantil durante la decisiva fase de la primera
socialización. Según la política pedagógica que determine y oriente los valores
que se introyectan en la primera infancia, en mayor o menor medida se
determinará la posterior capacidad creativa de conocimiento crítico juvenil.
Durante la segunda socialización las presiones para reforzar la mentalidad
sumisa serán más fuertes porque en esta fase algunos sectores de la juventud
empiezan a desarrollar pensamientos propios que chocan y hasta pueden
enfrentarle al poder adulto.
Quiero decir con esto que para saber qué papel juega la juventud en la
producción de conocimiento antes que nada debemos saber cómo el poder adulto
previamente ha castrado el potencial crítico de la mayoría de esa juventud. Por
tanto, la pregunta debe ir más a la raíz: ¿qué debe hacer la izquierda para
acelerar la emancipación juvenil del poder adulto como requisito para acelerar
su crítica intelectual? Mientras que amplísimos sectores juveniles acepten
activa o pasivamente el poder adulto, sin cuestionarlo de ningún modo, será muy
difícil lograr que desarrolle su innegable creatividad crítica.
Teniendo esto en cuenta, la izquierda como mínimo ha de hacer tres
cosas: una, agudizar la lucha teórica y práctica contra el poder adulto; la
segunda, batallar por una nueva pedagogía que incentive el pensamiento juvenil
independiente; y la tercera, admitir e impulsar la autoorganización
independiente de la juventud concienciada, dentro de un modelo organizativo más
amplio en el que las experiencias de los y las revolucionarias de más edad
ayuden a la juventud, que ha de aprender por sí misma.
Dentro ya de esta dinámica, la juventud concienciada tiene un cuádruple
papel: uno, preguntar a los adultos, a sus padres, a los militantes mayores,
qué hicieron y qué no hicieron en el pasado, si lucharon o no, su aceptaron o
no la dominación; otro, avanzar en su autoorganización y en una forma de vida
independizada del poder adulto, en comunas y locales en los que vivir según sus
ideales; además, en base a esto crear redes y medios de debate y pensamiento
colectivo juvenil en los que participen militantes de más edad pero respetando
la independencia juvenil autoorganizada; y por último, conectar esta praxis con
las necesidades futuras de las fuerzas revolucionarias para que se realice con
normalidad el paso de la juventud a las organizaciones adultas de vanguardia.
Las cuatro tareas inciden simultáneamente sobre la producción teórica de
izquierdas, multiplicándola.
-Pregunta No 8-¿Qué retos y desafíos tiene la intelectualidad ante la
debacle capitalista y la reacción imperial ante el viraje del timón mundial
hacia la visión multipolar?
-El principal desafío que tiene la intelectualidad progresista en estos
momentos es el de atreverse a ser coherente con lo que dice en determinadas
situaciones y escritos. Todo depende para este sector de la intelectualidad de
si está dispuesta a asumir los riesgos socioeconómicos y políticos que surgen
de la práctica de algunas de los principios que defiende. Por ejemplo, la
cuestión del acaparamiento de tierras, su compra y privatización por grandes transnacionales
y/o Estados imperialistas o subimperialistas; la privatización de la guerra y
de la represión; la cuestión del rearme mundial y de la proliferación de
sofisticadas armas inteligentes; los crecientes ataques a los derechos
democráticos elementales y el reforzamiento de leyes represivas; el acelerón de
las presiones para patentar y privatizar la vida, desde el conocimiento hasta
el genoma; el avance del fundamentalismo religioso y del terrorismo patriarcal
y racista…, estas y otras dinámicas en ascenso exigen respuestas prácticas de
masas que van más allá de las simples declaraciones bienintencionadas. Pero
muchas burguesías no ven con buenos ojos que los intelectuales «se metan en
política».
Para la intelectualidad progresista, la debacle actual del capitalismo
se expresa en forma de tres grandes problemas que le quitan el sueño:
Uno, la tendencia a la industrialización y privatización del
conocimiento y de la cultura, o sea, las presiones de la industria
político-cultural para imponer la propiedad burguesa del pensamiento humano, lo
que le va presionando cada vez más para que opte por la comodidad económica o
por el riesgo de la coherencia.
Dos, la tendencia a la supremacía de lo político sobre lo cultural, a la
conversión de la cultura burguesa en arma opresora, lo que reduce aún más el
margen de despiste neutralista, de si-pero-no, del depende-de, de
no-existen-condiciones-objetivas…, excusas tópicas que le permiten nadar y
guardar la ropa.
Y tres, la tendencia a la radicalización y extensión del incuestionable
principio humanista y comunista de la prioridad del pensamiento colectivo que
se practica como valor de uso, sobre el pensamiento privado fabricado como
mercancía con valor de cambio en la industria cultural y en el capital
constante que vertebra la tecnociencia capitalista.
Las tres tendencias presionan en la dirección única de reforzar la
naturaleza asalariada y mercantil del trabajo intelectual, y en especial, de
poner al intelectual progresista ante el abismo de tener que decidir entre, por
un lado, aceptar se un esclavo asalariado del capital, fuerza de trabajo
compleja y cualificada que produce una mercancía «simbólica» e «inmaterial» en
su forma pero material en sus efectos sociales, sujeta a la incertidumbre del
mercado; y por el lado opuesto, optar por la militancia revolucionaria
volcándose en la lucha teórica y práctica contra la propiedad imperialista,
praxis arriesgada y sujeta a la incertidumbre de la represión. Las
contradicciones del imperialismo y su relativo debilitamiento frente a lo que
se denomina «multipolaridad», que no es sino un reflejo más de la crisis
geopolítica mundial, multiplican las presiones sobre la progresía
intelectualista que se tiembla nerviosa ante las atrocidades del imperio que no
se atreve a condenar por las razones arribas vistas.
-Pregunta No 9-Históricamente, el marxismo ha definido que existe un
sujeto histórico de transformación social que es el obrero, se puede ver, que
desde la ortodoxia se asume que siempre será así ¿crees que ese sujeto se amplía,
recordando el planteamiento del Comandante Chávez: que el sujeto histórico de
transformación es el Pueblo organizado, movilizado y consciente?
-El Comandante Chávez estaba en lo cierto, y su planteamiento respecto
al «Pueblo organizado, movilizado y consciente», se mueve dentro de los
parámetros marxistas, al menos tal cual yo los expongo en el texto Clases
y Pueblos. Sobre el sujeto revolucionario de febrero de 2014, a libre
disposición en Internet. La teoría marxista de las clases integra dos niveles
en uno: el genético-estructural de la contradicción irreconciliable entre
capital y trabajo, antagonismo básico permanente al margen de sus intensidades
y formas; y el histórico-genético que expresa las múltiples formas concretas en
las que esa unidad y lucha de contrarios entre capital y trabajo se materializa
en las formaciones económico-sociales particulares. El Capital y
los textos mal llamados «económicos» se mueven a primera vista en el lado
genético-estructural del método marxista, los textos mal llamados «políticos»
lo hacen en el otro lado, el histórico-genético, y los mal llamados
«filosóficos» simultanean los dos.
Varios investigadores marxistas han hablado del «solapamiento de
conceptos» que existe en el método dialéctico de ambos amigos, que les permitía
moverse con agilidad entre los más densos problemas, y profundizar hasta sus
raíces contradictorias. Así se comprende que junto al nivel
genético-estructural se permitan en El 18 Brumario de Luís Bonaparte de
1851-52, realiza impresionantes análisis detallados de las diversas clases y
fracciones de clase, para luego no tener problema alguno en recurrir al término
de «nación trabajadora», como síntesis de muy diversas masas explotadas,
oprimidas y dominadas, y además lo enfrenta antagónicamente con el concepto de
«nación burguesa».
Y es que su método no es neutral ni positivista, sociológico, sino
crítico y revolucionario a la vez que procesual y relacional, lo que les
permite marcar siempre el movimiento de la contradicción interna en todo lo
real. También en 1852 Engels recurrirá al término de «las grandes masas de la
nación» refiriéndose a toda la población explotada por la clase dominante. Que
este es el método de Marx y Engels lo comprobamos en El papel de la
violencia en la historia de 1887-88, en donde por un lado Engels
recurre al concepto de «pueblo trabajador» como aglutinante de los y las
explotadas, mientras que, por otro lado, disecciona con el mismo rigor que Marx
las clases sociales concretas existentes en ese momento de la historia: los
grandes propietarios de tierras y burgueses, la pequeña burguesía, el
campesinado y los obreros.
La lista de ejemplos es inagotable porque surge del método empleado, tal
como lo comprendió Lenin desde sus primeros textos al recurrir a la unidad
entre lo general y lo particular, lo abstracto y lo concreto, de modo que
integraba diversos niveles de conceptualización para mostrar los diversos
niveles de un mismo problema, según las necesidades teóricas del momento. Es
así como se explica que simultaneara el concepto esencial y básico de trabajo
contra capital con otros como clase obrera, masas explotadas, masas campesinas,
llegando al empleo del de «pueblo trabajador»como en 1900 cuando estudió la
invasión zarista de China. Lenin comprendió que la teoría del concepto es clave
para el marxismo, una vez depurada de las limitaciones de Hegel, y sus agudas
anotaciones sobre la flexibilidad del pensamiento en los Cuadernos de
filosofía de 1914-15 son una de las bases sobre las que se sustenta el
proceso posterior de enriquecimiento teórico en lo que ahora nos concierne, la
interacción entre clase trabajadora y pueblo.
Con la dialéctica del pensamiento abierto, móvil y flexible, Lenin y los
bolcheviques elaboraron entre otros muchos, tres documentos fundamentales: la Declaración
de derechos del pueblo trabajador y explotado, de enero de 1918; La
patria socialista está en peligro, de febrero de 1918, y Una gran
iniciativa, de julio de1919. Hubo muchos más, pero los tres resumen
perfectamente cómo el método marxista puede y debe concatenar en un mismo
proceso de pensamiento unitario conceptos específicos que van desde pueblo
trabajado y explotado, a la definición canónica de clase social de
1919, tan repetida y aceptada, pasando por el de patria socialista.
Desde la lógica formal y la ideología burguesa, estos aparentes saltos
conceptuales extremos entre clase obrera, pueblo trabajador y patria
socialista, son inaceptables; desde la lógica dialéctica y la teoría marxista
son coherentes y necesarios.
Son tan necesarios y coherentes para la praxis revolucionaria, que es de
lo que se trata en definitiva, que prácticamente todos los procesos de
liberación nacional de clase y antipatriacal los emplean, utilizan el método
dialéctico de concatenación conceptual según lo exige el movimiento de las
contradicciones. Sería excesivo resumir ahora siquiera lo elemental de la larga
experiencia histórica hasta el presente, por lo que voy a centrarme en un
término brillante e imprescindible para comprender qué sucede hoy mismo en el
mundo: en su obra de 1966Neocolonialismo, última etapa del imperialismo,
K. Nkrumah, revolucionario africano que dirigió luchas de liberación nacional
antiimperialista empleó el concepto de «Pueblos militantes» para designa
r a los
pueblos explotados que se enfrentaban al neocolonialismo.
El término de «pueblo militante» viene a decir lo mismo que el empleado
por Hugo Chávez, y lo mismo que el de «nación-pueblo» utilizado a comienzos de
2013 por G. López y Rivas para reflejar la cohesión interna que subyace bajo
una multicolor diversidad se colectivos aparentemente inconexos. En enero de
2014 M. Aguilar Mora, tras repasar lo acaecido en 2013 en México, no dudaba en
afirmar que ese fue «un mal año para el pueblo trabajador». A mediados de
diciembre de 2014, F. Aguirre ha escrito una historia de las agresiones
norteamericanas a Cuba desde la conquista de su independencia real y efectiva
en 1959. El autor no duda en emplear el concepto de «pueblo obrero y campesino»
para referirse a la nación cubana en los peores momentos del cerco imperialista
yanqui, a partir de 1962.
El empleo por Hugo Chávez del término de «Pueblo organizado, movilizado
y consciente» se inscribe dentro de la corriente teórica que aplica el método
dialéctico descrito. La definición del Comandante Chávez es especialmente
valiosa en las condiciones venezolanas y de cualquier otro pueblo oprimido
sometido a agresiones como las que sufre Venezuela. Más aún, un ejemplo de la
validez teórico-política de este concepto lo tuvimos en la contraofensiva
popular para derrotar el golpe fascista de 2002 y en la evolución posterior de
los acontecimientos. Si sólo empleáramos el concepto estricto de clase obrera
productora de valor como único sujeto consciente y activo de la lucha
bolivariana, no entenderíamos nada de nada de lo que sucede aquí, en Nuestra
América y en otros continentes machacados.
La clase obrera es el cerebro y el centro de pueblo organizado,
movilizado y consciente, pero no es el único sujeto social. Como lo previeron
Marx y Engels en su última etapa, desde 1871 en adelante, la revolución ha
estallado y se ha sostenido largo tiempo en los países en los que el
proletariado en su sentido tradicional, la clase obrera «clásica», era
cuantitativamente minoritaria pero cualitativamente dirigente, capaz de
aglutinar alrededor suyo al pueblo trabajador, al pueblo militante, al pueblo
trabajador y campesino, a la nación-pueblo, a la nación-pueblo, etc., o para
acabar con Marx: la clase obrera vertebra a la nación-trabajadora. Sin duda, Chávez
estaría de acuerdo.
-10- ¿Cuál es el papel de la mujer en la actualidad, en el marco de la
lucha de clases?
-La progresía intelectual feminista lleva realizando buenas aportaciones
parciales desde hace varias décadas, cumpliendo el mismo papel que el realizado
por una parte del marxismo académico, dicho a grandes rasgos. Pero, como este
último, se detiene ante el muro práctico y teórico, material y moral, de la
propiedad, en este caso de la propiedad patriarcal sobre la mujer. Sin embargo,
cualquier reflexión sobre el papel de la mujer en la producción de pensamiento
y en la lucha de clases que no parta de la existencia objetiva de la propiedad
patriarcal, nunca supera el límite del reformismo.
La mejor definición que he leído sobre qué es la mujer en el capitalismo
es la que ofrece el Manifiesto Comunista: para la burguesía la
mujer es un «instrumento de producción», es decir, un medio de trabajo en manos
del hombre con conciencia burguesa. En 1884 en su obra El origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado, Engels demostró que la mujer fue
derrotada socialmente con la implantación de la propiedad privada patriarcal,
siendo desde entones un muy especial instrumento de trabajo adaptado a los
sucesivos modos de producción dominantes. Semejante derrota fue la primera
explotación de un colectivo humano por otro, bien pronto le seguiría la
invasión, derrota, esclavización o exterminio de un pueblo por otro, y sobre
esta experiencia se asentaría después la explotación de clase dentro del mismo
pueblo. Las formas de propiedad --patriarcal, tribal/étnica/nacional, y de
clase-- se fueron fundiendo en diversas aleaciones según los modos de
producción dominantes y según las formaciones económico-concretas dentro de
cada uno de ellos.
La propiedad capitalista se sustenta sobre el sistema patriarco-burgués
y su poder adulto, de manera que son sus relaciones sociales de explotación las
que subsumen y determinan a las formas de explotación específicas del
patriarcado y del poder adulto. Naturalmente, esta complejidad
genético-estructural de la propiedad capitalista adquiere múltiples formas
concretas, histórico-genéticas, según las necesidades de la producción en
situaciones particulares y fundamentalmente de la reproducción de la vida
explotable, tema en el que no podemos extendernos ahora.
La verdad del feminismo socialista, del marxismo como su matriz, radica
en que es el único sabe, quiere y puede luchar por la destrucción histórica de
la propiedad capitalista, con su forma patriarcal y adulta incluida. El error
insalvable del feminismo reformista radica en que ni quiere ni puede ni sabe
enfrentarse a la propiedad capitalista en su complejidad, limitándose sólo a y
con mejoras democrático-funcionales e integradas en el sistema. La mentira del
feminismo explícitamente burgués radica en que quiere mantener la propiedad
capitalista en sí compatible con la «liberación» de la mujer.
El feminismo socialista o mejor las revolucionarias marxistas, aportan a
la lucha de clases la visión programática más radical y decisiva sobre la
emancipación histórica humana. Y lo hace porque sólo ese feminismo dice y
practica la verdad concreta: la mujer es un instrumento de producción en manos
del hombre. Un instrumento único porque, además de plusvalor mediante la
explotación asalariada, produce muchas cosas más mediante la explotación
doméstica y otras explotaciones privadas y/o públicas. Hablamos de explotación
porque hablamos de un instrumento de producción sometido a las relaciones
sociales de explotación capitalista, sean asalariadas o no. Desde la creación
de vida que puede llegar a ser fuerza de trabajo y su formación posterior,
hasta la producción de placer machista y de «trabajado de cuidado afectivo»,
pasando por la producción de trabajo social no mercantilizado en la unidad
familiar y en las redes sociales cotidianas, y así un largo etcétera.
Lo que determina a estas y todas las restantes explotaciones concretas
de la mujer por el hombre es el hecho de que ella es un instrumento de trabajo
en propiedad de él, que hace con ella lo que quiere y como quiere, buscando su
máxima rentabilidad económica, sexual, afectiva, cultural… Y lo hace porque la
propiedad privada burguesa tiene un componente patriarcal esencial, tomado y
transformado de la propiedad patriarco-feudal para adecuarlo al capitalismo, de
forma parecida a como la propiedad feudal absorbió y transformó para sus
necesidades la propiedad patriarco-esclavista. El hilo inhumano que recorre
esta cruel historia no es otro que el de la propiedad privada. La civilización
del capital se yergue en parte sobre el patriarcado, pero es una parte esencial
por los ingentes beneficios de toda índole que le produce, y la civilización
del capital oculta esta sobreexplotación generalizada recurriendo al mito del
«amor».
Por tanto, el feminismo marxista y las mujeres revolucionarias son una
fuerza directriz insustituible en la lucha contra la propiedad en general y
contra todas sus variadas expresiones particulares. Dado que la ideología del
capital se sustenta en el derecho burgués a su propiedad privada, la crítica
práctica y teórica del feminismo marxista da en el clavo de dicha ideología
porque saca a la luz la históricamente primera forma de propiedad privada, y
muestra cómo esa forma ha ido siendo adaptada a y subsumida por los sucesivos
modos de producción, hasta llegar al capitalista.
La lección teórica es innegable: sólo mediante la socialización de la
propiedad capitalista y por tanto de la propiedad patriarco-burguesa, se
liberará la mujer y a la vez la humanidad entera porque sólo así se llega a la
raíz histórica de todas las opresiones y explotaciones, la que surgió con la de
la mujer por el hombre. Las consecuencias teóricas, filosóficas, intelectuales
y ético-morales de esta visión de largo alcance no escapan a nadie, pero tampoco
escapan sus muy presumibles consecuencias prácticas ya que más temprano que
tarde la clase dominante reprime a quien lucha contra su propiedad privada.
Las advertencias, presiones, amenazas y represiones machistas hasta
culminar en el terrorismo patriarcal, surgen casi de inmediato cuando la mujer
quiere independizarse, ser propiedad de ella misma, dejar de ser propiedad
ajena, del hombre. El feminismo reformista, y en especial su componente
académico e institucional, ha reducido su «estrategia» al simple marco de los
«derechos de género», marco necesario `por cuanto democrático-formal pero
asumible en gran medida por las instituciones burguesas. El feminismo
reformista no avanza hasta el punto crítico de no retorno: el ataque a la
propiedad, lo que le garantiza mucha tranquilidad económico-laboral, política e
intelectual.
No sucede así en el feminismo marxista, sobre todo cuando es practicado
en su praxis más consecuente: las especiales torturas sobre las revolucionarias
que luchan en la liberación nacional de clase y antipatriarcal de sus pueblos
trabajadores oprimidos. Sin llegar a estos extremos tan frecuentes pero
silenciados, cualquier mujer sindicalista de izquierdas está de acuerdo con lo
dicho por Marx de que el empresario, aparte de la explotación asalariada,
considera su fábrica como su «harén» particular, de igual manera en que
frecuentemente la institución familiar actual encubre un «harén» privado. La
lectura del impactante libro de Bebel La mujer y el socialismo de
1880, obra maestra en su época, sigue descubriendo las constantes del sistema
patriarco-burgués, por cierto: este libro fue publicado en la clandestinidad
debido a la represión antisocialista en Alemania.
Las feministas obreras, populares, campesinas, sindicalistas,
culturalistas, políticas y militantes revolucionarias, etcétera, saben por
experiencia lo que es realmente el poder patriarco-burgués en su cotidianeidad
y si bien apoyan las reivindicaciones democráticas tal cual las expresa el
feminismo reformista por cuanto necesarias, advierten que el problema es mucho
más profundo y grave porque forma parte de las raíces de la civilización del
capital, de la síntesis social del modo de producción capitalista. La
conclusión definitiva que podemos extraer de la mujer en la lucha de clases es
que ella expresa mejor que cualquier otro colectivo el antagonismo
irreconciliable entre liberación humana plena, comunista, y propiedad
capitalista.
-11- A modo de conclusión y consideración final, si tuvieses la
oportunidad de hablar con cada persona del mundo ¿qué mensaje le darías?
-Siguiendo el objetivo del cuestionario, el consejo que les daría es que
debatan la larga y esclarecedora experiencia acumulada desde hace décadas sobre
el papel de la intelectualidad progresista en las revoluciones. Este
aprendizaje debe realizarse en función de las actuales necesidades de los
pueblos bajo el imperialismo contemporáneo, por ejemplo: además del problema de
la propiedad intelectual burguesa y de su industria cultural, también la
naturaleza capitalista de la tecnociencia y el choque frontal entre las
constricciones burguesas al potencial crítico del método científico, y la
necesidad perentoria que tiene la humanidad explotada de multiplicar
exponencialmente los avances científicos liberadores, o para decirlo en
términos marxistas, expandir la ciencia como fuerza revolucionaria.
Sin embargo, históricamente los «ideólogos» como grupo social
específico, casta o élite preclasista que surgió con la privatización
patriarcal de la cultura oral y de la primera escritura, en simbiosis con las
castas de comerciantes y guerreros bajo la centralidad de los Estados
tributarios, se han caracterizado más por la defensa de sus intereses
corporativos y sectarios que por el impulso progresista y revolucionario. Es
lógico que así sea porque el saber generado por ese entramado de poder es un
saber jerarquizado, privado, excluyente y defensor tanto de sus intereses
corporativos como de los de las clases dominantes. Las burocracias religiosas
son un ejemplo de la adaptabilidad y eficacia de los «ideólogos» para
reproducirse absorbiendo las mejores mentes de su época, como denunció Marx
refiriéndose a la Iglesia medieval, cooptándolas, sobornándolas y pudriéndolas.
Salvando todas las distancias, la industria de la educación burguesa y la
integración del saber y de la tecnociencia en el capital constante, hacen otro
tanto.
La intelectualidad progresista se enfrenta en esta cuestión decisiva a
una tarea que le desborda ampliamente. Y es aquí en donde deben intervenir las
organizaciones revolucionarias facilitando puntos de encuentro y colaboración,
de fusión en la práctica cotidiana, entre el pueblo explotado y la
intelectualidad progresista, impulsando el avance de esta hacia su conversión
en militancia revolucionaria que ejerce el grueso de su praxis en el campo de
la lucha teórica, científica, cultural, filosófica, ética, estética…. En cada
uno de ellos y en su conjunto, las organizaciones de vanguardia han de resaltar
el problema de la propiedad privada como el nudo gordiano que, unido al del
Estado burgués, ata y centraliza la totalidad de formas en las que actúa la
explotación capitalista.
Especial trascendencia adquiere la recuperación de los «bienes comunes»,
colectivos y comunales, relacionados con las condiciones de pensar y hacer, de
vivir en suma, de los pueblos; y muy especialmente con el complejo
lingüístico-cultural, con la lengua como forma de expresión del ser-comunal que
habla por sí mismo, de la cultura popular como la producción y distribución
colectiva de los valores de uso. La desmercantilización del saber, su
desalienación con respecto al dinero y al valor de cambio y su victoria sobre
el fetichismo de la mercancía, supone, desde esta visión comunista, además de
la reinstauración de la unidad mano/mente también y por ello mismo la extinción
histórica del intelectualismo y por tanto de los intelectuales por muy
progresistas que digan ser.
Por tanto, la pregunta es: ¿cuántos intelectuales progresistas intuyen
que la libertad plena, el comunismo, conlleva su extinción como élite, y
cuántos están dispuestos a impulsar su autoextinción ya desde ahora mismo? Más
aún ¿qué deben hacer los y las revolucionarias que militan en la lucha teórica,
cultural, filosófica, etc., para acelerar e intensificar esta desalienación y
liberación de las y los intelectuales progresistas?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante
una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para
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