domingo, 18 de diciembre de 2011
Leonardo Boff: ¿Es posible alimentar a 7 mil millones de personas?
Ya somos 7 mil
millones de personas. ¿Habrá alimentos suficientes para todos? Hay varias
respuestas. Escogemos una del grupo Agrimonde (véase Développement et
civilisations, septiembre 2011) con base en Francia, que estudió la situación
alimentaria de seis regiones críticas del planeta. El grupo de científicos es
optimista, incluso para cuando seamos 9 mil millones de habitantes. Propone dos
caminos: profundizar la conocida revolución verde de los años 60 del siglo
pasado y la llamada doble revolución verde.
La revolución
verde tuvo el mérito de refutar la tesis de Malthus, según la cual ocurriría un
desequilibrio entre el crecimiento poblacional de proporciones geométricas y el
crecimiento de alimentos en proporciones aritméticas, produciendo un colapso de
la humanidad. Comprobó que con las nuevas tecnologías, una mayor utilización de
las áreas agrícolas cultivables y una masiva aplicación de tóxicos, antes
destinados a la guerra y ahora a la agricultura, se podía producir mucho más de
lo que la población demandaba.
Tal previsión
demostró ser acertada, pues hubo un salto significativo en la oferta de
alimentos, aunque por causa de la falta de equidad del sistema neoliberal y
capitalista, millones y millones de personas siguen teniendo una situación de
hambre crónica y de miseria. Bien es verdad que ese crecimiento alimentario ha
tenido un costo ecológico extremadamente alto: se envenenaron los suelos, se
contaminaron las aguas, se empobreció la biodiversidad además de provocar
erosión y desertificación en muchas regiones del mundo, especialmente en
África.
Todo se agravó
cuando los alimentos se volvieron una mercancía como cualquier otra en vez de
ser considerados como medios de vida que, por su naturaleza, jamás deberían
estar sujetos a la especulación de los mercados. La mesa está puesta con
suficiente comida para todos pero los pobres no tienen acceso a ella por falta
de recursos monetarios. Continúan hambrientos, y su número crece. El sistema
neoliberal imperante apuesta todavía por este modelo, pues no necesita cambiar
de lógica, tolerando convivir cínicamente con millones de personas hambrientas,
consideradas irrelevantes para la acumulación sin límites.
Esta solución no
sólo es miope, sino falsa, además de ser cruel y sin piedad. Los que todavía la
defienden no toman en serio que la Tierra está innegablemente a la deriva y que
el calentamiento global produce gran erosión de suelos, destrucción de cosechas
y millones de emigrados climáticos. Para ellos la Tierra no pasa de ser un mero
medio de producción, no la Casa Común, Gaia, que deber ser cuidada.
A decir verdad,
quienes entienden de alimentos son los agricultores. Producen el 70% de todo lo
que la humanidad consume. Por eso, deben ser oídos e incluidos en cualquier
solución que sea tomada por el poder público, por las empresas, y por la
sociedad, pues se trata de la supervivencia de todos.
Dada la
superpoblación humana, cada pedazo de suelo debe ser aprovechado pero dentro
del alcance y de los límites de su ecosistema; se deben utilizar o reciclar lo
más posible todos los residuos orgánicos, economizar al máximo la energía,
desarrollando las energías alternativas, favorecer la agricultura familiar, las
cooperativas medianas y pequeñas. Y finalmente, ir hacia una democracia
alimentaria en la cual productores y consumidores tomarán conciencia de las
respectivas responsabilidades, con conocimiento e información acerca de la
situación real de sostenibilidad del planeta, consumiendo de forma diferente,
solidaria, frugal y sin desperdicios.
Tomando en cuenta
tales datos, Agrimonde propone una doble revolución verde en el siguiente
sentido: acepta prolongar la primera revolución verde con sus contradicciones
ecológicas, pero simultáneamente propone una segunda revolución verde. Ésta
implica que los consumidores incorporen hábitos cotidianos diferentes de los
actuales, más conscientes de los impactos ambientales y abiertos a la
solidaridad internacional para que el alimento sea de hecho un derecho
accesible a todos.
Siendo
optimistas, podemos decir que esta última propuesta es razonablemente
sostenible. Se está organizando, de manera embrionaria en todas las partes del
mundo, a través de la agricultura orgánica familiar, de pequeñas y medianas
empresas, de la agricultura ecológica, de las ecovillas y otras formas más
respetuosas con la naturaleza. Es viable y tal vez tenga que ser el camino
obligatorio para la humanidad futura.
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