domingo, 3 de febrero de 2013
El territorio como espacio emancipatorio
Raúl Zibechi
Los movimientos de base
territorial, rurales y urbanos, integrados por indígenas y afrodescendientes,
campesinos y sectores populares, jugaron un papel decisivo en la resistencia y
deslegitimación del modelo neoliberal. Desde sus territorios lanzaron
formidables ofensivas que abrieron grietas en el sistema de partidos sobre el
que se asienta la dominación y modificaron el escenario geopolítico regional.
De modo directo e indirecto, influyeron en lo local, lo nacional, regional y
global.
Han jugado y jugarán también un
papel decisivo en la construcción de un mundo nuevo. Si ese mundo, como señala
Immanuel Wallerstein (La
Jornada , 12 de enero de 2013), será el resultado de una
infinidad de acciones nanoscópicas, las pequeñas mariposas capaces de
construirlo habitan territorios en los que resisten y en ellos pueden construir
relaciones sociales diferentes a las hegemónicas. No es con manifestaciones ni
declaraciones, por más masivas y necesarias que sean, como se crea el
socialismo, sino con prácticas sociales en espacios concretos. Territorios en
resistencia que son a la vez espacios en los que va naciendo lo nuevo.
Hasta ahí, son temas que hemos
venido debatiendo en los últimos años. El capitalismo puede ser derrotado si
somos capaces de expropiarle los medios de producción (y de cambio) en un largo
proceso. Pero la cuestión no se agota allí. El sistema aprendió a desorganizar,
diluir, cooptar y aniquilar por la fuerza (todo junto, no una u otra acción) a
los sujetos nacidos y arraigados en la resistencia territorial. La combinación
de fuerza bruta (militar y policial) con políticas sociales para combatir la
pobreza es parte de esa estrategia de aniquilación.
Ante esta situación compleja y
difícil, crece la tentación de replegarse de los territorios en los que
nacieron múltiples sujetos colectivos, buscando lugares más propicios donde
seguir creciendo. A veces se apuesta por lo sindical, otras a lo estudiantil y
en otras por lo electoral. Un debate de este tipo atraviesa sobre todo a
movimientos en Argentina, Chile, Paraguay y Perú, aunque está presente en casi
todos los países.
Es cierto que lo territorial por
sí solo no alcanza. Que debe incluir formas diferentes de hacer política donde
la gente común decida y ejecute; que hace falta crear formas de poder distintas
a las estatales; que para garantizar la autonomía territorial es imprescindible
asegurar la sobrevivencia material, o sea salud, educación, vivienda y
alimentación para todos y todas.
Pero no podemos olvidar que los
territorios son claves para la lucha por un mundo nuevo por dos razones,
digamos, estratégicas: se trata de crear espacios donde podamos garantizar la
vida de los de abajo, en todas sus multifacéticas dimensiones; y porque la
acumulación por despojo o guerra ?que es el principal modo de acumulación del
capitalismo actual? ha convertido a los movimientos territoriales en el núcleo
de la resistencia. La mutación del capitalismo que conocemos como
neoliberalismo es guerra contra la vida.
A ellas se podría agregar un
tercer argumento: sólo es posible resistir en las relaciones tejidas en torno
de valores de uso, ya sean materiales o simbólicos. Si sólo nos movemos en las
esferas de los valores de cambio, nos limitamos a reproducir lo que hay.
Cerrados los poros de la vida en las fábricas por el posfordismo, es en los
territorios, barrios, comunidades o periferias urbanas donde aun esos mismos
trabajadores se vinculan entre sí en formas de reciprocidad, ayuda mutua y cooperación
que son relaciones sociales moldeadas en torno del intercambio de valores de
uso.
No es una cuestión teórica y por
lo tanto sólo se puede mostrar. Se conoce y se practica, o no se entiende.
Resistir hoy es proteger la vida y construir vida en territorios controlados
colectivamente. El punto es que si abandonamos los territorios, ganaron los de
arriba. Y en este punto no hay dos caminos. Sólo queda hacerse fuertes y
autónomos allí, neutralizando las políticas sociales que quieren destruir lo colectivo
salvando al pobre individualmente.
El pueblo mapuche resiste desde
hace cinco siglos aferrándose a sus territorios. Así derrotaron a los
conquistadores españoles, y en ellos se repusieron de la derrota que les
infligió la República
criolla en la guerra de exterminio conocida como Pacificación de la Araucanía en la segunda
mitad del siglo XIX. En sus territorios aguantaron el diluvio de la dictadura
pinochetista y las políticas antiterroristas de la democracia, debidamente
condimentadas con políticas sociales para someter con migajas lo que no
pudieron con palos.
No es la excepción sino la regla.
Chiapas, Cauca, Cajamarca donde se resiste el Proyecto Conga, Belo Monte, El
Alto o el conurbano de Buenos Aires, entre muchos otros, muestran que la combinación
de guerra y domesticación son los modos de esterilizar las resistencias. Lo que
diferencia esos territorios es que allí existen los modos de vida heterogéneos
sobre los cuales es posible crear algo distinto a lo hegemónico. No nos
engañemos: esa posibilidad no existe hoy ni en las fábricas ni en los demás
lugares donde todo son valores de cambio, desde el tiempo hasta las personas.
Por eso las políticas sociales se
han territorializado, porque los gestores del capital percibieron que allí
venían perdiendo pie ante el nacimiento de sujetos integrados por los que no
tienen nada que perder: mujeres, hombres y jóvenes sin futuro en este sistema,
aquellos que por el color de su piel, su cultura y su modo de ser no tienen
cabida en las instituciones, ni siquiera en las que se reclaman de izquierda o
defensoras de los trabajadores. Allí sólo existen como representados, o sea
como ausentes.
No hay alternativas al trabajo
territorial, ni atajos para hacer más corto y soportable el camino. La
experiencia reciente muestra que es posible doblegar el cerco del sistema
contra nuestros territorios, superar el aislamiento, sobrevivir y seguir
adelante. Persistir o no, es una cuestión de pura voluntad.
FOTOS:
Trabajo de base en territorios populares. Taller de Historia Mapuche, actividad del Centro Cultural Grandes Alamedas (Cerro Navia), en unión con el Centro Mapuche de Estudio y Acción.
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