Lucha
contra el terrorismo y los Derechos Humanos: ¿Quién dijo tortura?
“Jamás puede haber una justificación para permitir violar los derechos
humanos por la persecución de un ilícito. Por más grave que este sea. Esas
cosas siempre terminan pésimo. La Lucha contra el terrorismo se puede hacer
eficientemente en democracia” (Revista Sábado, 20/9/2014)
Nicolás Acevedo Arriaza EL CIUDADANO
“Jamás puede haber una justificación para permitir violar los derechos
humanos por la persecución de un ilícito. Por más grave que este sea. Esas
cosas siempre terminan pésimo. La Lucha contra el terrorismo se puede hacer
eficientemente en democracia” (Revista Sábado, 20/9/2014).
Estas palabras no provienen de una pancarta levantada por un defensor de los
Derechos Humanos, sino del actual Ministro de Defensa, el democratacristiano
Jorge Burgos. ¿Por qué debe hacer estas aclaraciones? ¿No es algo obvio que en
una democracia los acusados de algún acto de subversión o terrorismo deben ser
respetados en sus derechos? No, no es obvio. Y Burgos sabe de lo que habla.
Como jefe de gabinete del Ministerio de Interior del gobierno de
Patricio Aylwin fue protagonista de la lucha en contra las organizaciones
rebeldes-armadas de comienzo de los años noventa. Aunque lo negó en su tiempo,
los detenidos acusados de “terrorismo”, sufrieron torturas y malos tratos por
parte de Carabineros y la Policía de Investigaciones. Dicho método les permitió
desarticular con mayor prontitud sus actividades subversivas.
Y no fue una tarea menor.
Según el informe de Policía de Investigaciones de Chile, las
organizaciones subversivas realizaron entre 1990-1995, la suma de 834
detonaciones de bombas, 210 asaltos a bancos, muriendo 22 policías y 23
“extremistas”. El informe policial concluye que estas agrupaciones fueron
desarticuladas demostrando que en Chile “el terrorismo puede ser investigado y
controlado eficientemente, actuando dentro del marco de estado de derecho, con
pleno respeto de la dignidad de las personas” (Revista Detective, N° 82, 1996).
El contexto no fue sencillo. Según Belisario Velasco, subsecretario del
Ministerio del Interior, el gobierno de Aylwin no tuvo una institución propia
de inteligencia, sino que dependió de Carabineros y la PDI. Pero con ellos no
se podía confiar cien por ciento. “El general de Carabineros había sido
nombrado por Pinochet y el de la PDI también. No nos hacían caso. Enrique
Krauss y yo, no teníamos mayores antecedentes” (The Clinic). Así,
después del asesinato de Jaime Guzmán se tomó el camino propio creando el
Consejo Coordinador de Seguridad Pública, creado en 1992.
Como jefe de gabinete del Ministerio de
Interior del gobierno de Patricio Aylwin fue protagonista de la lucha en contra
las organizaciones rebeldes-armadas de comienzo de los años noventa
Marcelo Schilling fue parte de su jefatura. En los pasillos se le llamó
la “Oficina”. El nombramiento de Schilling fue unánime en el gobierno, debido a
su experiencia y contactos (Otano, 2006, p. 214). Él
prefiere bajar el perfil sobre su elección: “Estarían los otros ocupados”. En
lo concreto fue la cabeza del organismo. Hace un año recordó que al comienzo
faltaba personal, pero que logró infiltrar a diversas agrupaciones como el
Frente Patriótico Manuel Rodríguez. “Lo concreto hoy en día es que no hay
grupos armados, los empresarios andan sin guardaespaldas y la democracia no
está en jaque. Y eso se logró con total respeto a las libertades individuales y
a los derechos humanos” (La Tercera, 19/5/2013).
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Ariel y Andrés, asesinados "en democracia"
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¿Respeto a los derechos humanos?
Según un informe de las Naciones Unidas entre 1990 y 1996, la tortura
dejó de ser una práctica sistemática por la policía, pero los casos fueron
“numerosos y serios” (Universidad Diego Portales, 2003, p.108). El gobierno
dejó de promoverla, pero no de existir. Gran parte de las denuncias se les
atribuyó a Carabineros, con un 78% de los casos (CODEPU). Fueron estos
precisamente que negaron dichas acusaciones, argumentando que “es práctica
conocida de los delincuentes y terroristas impugnar los procedimientos
policiales con denuncias de supuestas torturas” (La Cuarta, 14/6/1991).
Un caso ocurrió en julio de 1991, cuando Policía de Investigaciones
detuvo a cinco dirigentes y militantes del MAPU-Lautaro en la ciudad de
Concepción. Inmediatamente fueron acusados de ser responsable de la muerte del
Prefecto Héctor Sarmiento, asesinado en marzo de 1991 en la puerta de su casa.
La detención se logró producto de un barrido por la octava región
ciudad. La Policía localizó a ex militantes del Lautaro en dictadura y de otras
organizaciones subversivas. Así se llegaron a obtener pistas de quienes seguían
militando. La tortura fue una gran aliada en el procedimiento. Uno de los casos
fue relatado por Pedro Rosas en su primer libro (ROSAS, 2004, pp. 169-170),
mientras que el resto aparece documentado por la Asociación Mundial en contra
la Tortura en su Informe de 1993. El CODEPU informó que la incomunicación de
los detenidos fue por veinte días, sin permitirle la presencia de abogados (La
Nación, 7/8/1991).
Por otra parte, el vicario de la pastoral de Derechos Humanos de
Concepción, Carlos Puentes, confirmó las torturas: “Pedimos todo el rigor de la
ley si son culpables, pero sin que se violen sus derechos como personas” (La
Época, 28/7/1991). Sería de mal gusto describir los detalles evidenciados por
el vicario, pero fueron la continuidad del proceder de la Central Nacional de
Investigaciones en la dictadura militar. “Estas cosas hay que denunciarlas,
porque no puede ser… es necesario denunciar estos hechos” (Ibídem). La Policía
negó dichas acusaciones argumentando que eran falsas (La Época, 8/8/1991).
Con los días, Víctor Hernández, el Ministro en visita del caso
“Sarmiento” se comprometió a realizar un sumario por las denuncias, que fueron
respaldadas por el Movimiento Sebastián Acevedo (La Época, 6/8/1991), pero la
Corte Marcial de la Justicia Militar rechazó el recurso de amparo y las demás
acusaciones. Las imputaciones fueron archivadas y el gobierno prefirió
respaldar el actuar de la Policía.
Al año siguiente las detenciones de militantes del MAPU-Lautaro
continuaron, sobre todo en marzo de 1992 cuando cayeron casi la totalidad de
sus dirigentes. Marcelo Schilling se mostró conforme con el trabajo de la
“Oficina”, negando que la desarticulación haya provenido de “soplonaje o de
delación”. Una de las detenidas aseguró apremios ilegítimos, según confirmó su
abogado Hugo Pavez del Codepu. Pero el prefecto Edgardo Rebolledo no aceptó ese
tipo de “insultos”. Schilling no hizo comentarios sobre esto, a pesar de que
confirmó que la “Oficina” trabajaba estrechamente con Carabineros e
Investigaciones (El Mercurio, 11/3/1992).
A los pocos días, el 18 de marzo de 1992, Jorge Burgos afirmó: “se tiene
la convicción de que la policía civil no realiza ese tipo de acciones y que, en
todo caso, ello debe ser aclarado por los tribunales” (El Mercurio, 17/3/1992).
¿Está seguro de ello señor Burgos? Volvamos al comienzo.
“Jamás puede haber una justificación para permitir violar los derechos
humanos por la persecución de un ilícito… La Lucha contra el terrorismo se
puede hacer eficientemente en democracia”, dijo hace algunos días el actual
Ministro de Defensa Jorge Burgos.
¿Lo habrá dicho pensando en el accionar de la policía en los años
noventa?
Historiador y forma parte del equipo editor de la Revista Pretérito
Imperfecto.
Revista Red Seca
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