jueves, 7 de marzo de 2013
Hugo Chávez y la Plaza Bolívar
Tito
Tricot
No había ni una
gota de viento, sólo una brasa ardiente que te caía desde el cielo. Ni una
triza de lluvia, sólo la respiración vacilante en medio de un calor desconocido
e implacable. Y yo ahí, perdido en medio de una revolución mágica, hasta que en
un rincón de la Plaza
Bolívar apareció de la nada Hugo Chávez. O tal vez siempre
estuvo ahí y la nada era
yo, pero lo único que importa es que el tiempo se detuvo en el aire y dibujó
una breve luciérnaga mientras el comandante hablaba a su pueblo. En un rincón
de la plaza fue cuando le vi y escuché su palabra; palabra increíble para un
chileno de un Chile casi
sin memoria, de un país donde la revolución es casi un susurro que
deambula por entre las
piedras; donde se reprime al pueblo mapuche simplemente por ser mapuche; donde
a los Movimientos Sociales se les perfora su solidaria ternura porque se les
teme hasta siempre. El mismo país donde la Democracia no sale de
su estupor al no entender el que se hable en su nombre cuando jamás ha visitado
Chile en las últimas dos décadas.
En eso pensaba
cuando me pareció que el presidente Chávez escrutaba mi asombro con una mirada
comprensiva, como queriendo decir: el pueblo chileno es valiente, Allende fue
valiente, la lucha contra la dictadura fue valiente. Nada es imposible. Aunque,
para ser honesto, creo que nunca siquiera supo que me hallaba en la plaza, en
Venezuela, en la revolución bolivariana. Jamás atisbó mi ímpetu de abrazarlo por haber despertado a
América Latina en medio del canto. Sí, porque el presidente cantaba sin
vergüenza alguna. Y bien cantaba, con la alegría del que hila sueños colosales
sin ser Bolívar; que cabalga con rumbo sin ser Sucre, y trazando a América
Latina sin ser Miranda.
Era nada más
Hugo Chávez, con todas sus virtudes y todos sus defectos; el que bregó por la
integración latinoamericana, por la solidaridad entre los pueblos; el que
impulsó la conformación de UNASUR, Unión de Naciones Suramericanas; que promovió la creación de CELAC, Comunidad de Estados de
América Latina y el Caribe. El mismo que generó y consolidó las numerosas Misiones bolivarianas abocadas a ayudar a los desposeídos y
que constituyen expresión de una profunda solidaridad.
La Misión Milagro, que funciona en
el ámbito oftalmológico, ha sanado de problemas oculares a más de 2 millones de
latinoamericanos de escasos recursos. La Misión
Barrio Adentro busca
garantizar una salud de
calidad a los pobres, mediante el establecimiento y funcionamiento de consultorios y hospitales
populares. Por su parte, la Misión
Cristo tiene como objetivo
terminar con la pobreza en Venezuela. Asimismo, la Misión Guaicaipuro está destinada a promover los derechos
de los pueblos indígenas. Y así, casi
una treintena de Misiones humanitarias.
Porque Chávez
era un hombre terrenal que conocía los problemas del pueblo venezolano, pero
también creía en Dios. Algunos piensan que Dios no existe o que sus ojos son
fríos como el hielo, pero el presidente Chávez sí creía y sí confiaba y sí
oraba. Después de todo es
lo único que importa, entonces, seguramente en el hálito de las nubes añiles,
su Dios esbozará una sonrisa al conocer por fin al comandante del que tanto le
habían hablado.
En nada de eso
pensaba en mitad de la
Plaza Bolívar en Caracas cuando quise creer que Hugo
Chávez irisaba de mariposas
mi asombro.
Dr. Tito
Tricot
Sociólogo
Director
Centro de
Estudios de América Latina y el Caribe- CEALC
Chile
5 Marzo
2013
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