En este año del “bicentenario” (no sé cuántos cientos de centenarios llevan otros en esta tierra) creo que muy pocas cosas han salido como se esperaban. Algunos proyectos ya habían abortado mucho antes de empezar el año, el Parque Bicentenario de Cerrillos por ejemplo… otros se realizaron, pero en un escenario muy distinto. Este año ha sido como un caballo salvaje sobre el cual nos cuesta estar. Es como si el bicentenario tuviera una fuerza propia que no se inscribe dentro de ningún protocolo, que nos invita a ir más allá, a caminar en dos pies quizá…
Tierra nos ha movido, Tierra nos ha motivado. Nos ha dicho cuánto hemos crecido y cuánto nos queda por crecer; la tierra nos ha aquilatado, nos ha medido, nos ha mostrado quiénes somos en nuestras virtudes y defectos, qué tanto somos de acá, cómo resisten nuestras construcciones, cómo reacciona nuestro espíritu.
Los mineros tomados como rehenes por Tierra, atesorados por un tiempo, para recordarnos, por un lado, que las riquezas nuestras vienen todavía muy directamente de ella: cobre, hierro, vino, bosques, los frutos de la costa… Y, por otro, cuáles son las verdaderas riquezas: extraer del sub-terra a los hombres ha sido nuestra más gloriosa empresa de minería. Ojalá que esta metáfora de Tierra sea asumida por “fuerza de la razón” y llevada a tantos ámbitos de nuestro convivir.
Tierra se ha hecho presente también en sus hijos primogénitos, los que la conocen de una manera más antigua, más sencilla, más cercana. Estos hijos hambrientos porque están sin Tierra, Codicia Ajena los ha separado de Tierra una y otra, una y otra, una y otra vez. Pero son los primogénitos y guardan mejor que nosotros la maternidad de Tierra, no miran otras tierras para ser quienes son, son de Tierra, son Mapuches. Conocen el nombre de Tierra, no sólo el apellido, el-ella-ello se llama Mapu.
El resto de los habitantes de esta tierra sólo le sabe el apellido. Mapuches le conocen el nombre. Para conocer el nombre de Tierra hay que ser Mapuche. No necesariamente del pueblo mapuche, pero Mapuche.
Chile no sólo tiene un problema y una deuda con los mapuches, sino que tiene un problema de identidad. No es que los mapuches se tengan que asimilar al pueblo chileno. Es al revés, el pueblo chileno tiene una identidad que puede que todavía no conozca. Doscientos años tal vez es muy poco para conocer quiénes somos, pero tal vez nuestros hermanos mayores nos ayuden a reconocernos: Somos hijos de Mapu, somos mapuches… A ver si cuidamos a la madre, los hijos-hermanos…
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