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miércoles, 24 de agosto de 2011

Salvador Allende: Suicida no, héroe



Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Aunque en el léxico forense sea técnicamente correcto; ofrendar la vida por una causa en la que se cree desde la perspectiva inteligente del luchador social, es un acto de tal grandeza que reducirlo al suicidio, es no sólo inexacto sino mezquino. Salvador Allende es un héroe, un paradigma del ser humano capaz de asumir la muerte como un servicio y entregar la vida para plantar una semilla y levantar una bandera.
En las dramáticas circunstancias en las que cayó combatiendo el primer presidente socialista electo en América Latina, determinar quien tiró del gatillo no hará diferencia alguna ni cambiará la historia: Allende es un mártir y tanto los autores intelectuales que desde Washington dieron la luz verde al golpe como sus ejecutores materiales, los fascistas al mando de Augusto Pinochet, fueron sus verdugos. Ningún tecnicismo cambiará la historia.
Tal vez inmolación sea una expresión más apropiada, aunque todavía sin la fuerza de convicción y la plasticidad necesaria para expresar la dimensión humana, el dolor de aquella acción y el alcance de una tragedia semejante. En este caso decir que no existen palabras para describir el gesto es literalmente cierto. Quizás un poeta con las luces de Silvio Rodríguez que fue capaz de encontrar los giros necesarios para reivindicar la necedad hasta hacerla heroica, encuentre la metáfora apropiada.
Empujado a una situación extrema en la cual entregarse sería humillar una causa, faltar a la palabra empeñada ante el pueblo y la Patria y de cierta manera admitir que la brutalidad y el fascismo podían prevalecer por sobre el líder al que el pueblo había confiado su destino, Salvador Allende, un hombre inteligente y bueno, prefirió negarles la razón. Su muerte puede haber sido la primera victoria de la resistencia.
Obviamente los fascistas hubieran preferido no tener que bombardear La Moneda ni matar al presidente, para ellos hubiera sido más rentable atraparlo y desmoralizarlo exhibiéndolo en la derrota. Con su muerte Salvador Allende frustró el plan y sumó su vida al baldón que las hordas fascistas echaron sobre sí mismas al faltar al juramento de fidelidad a la Constitución.
Salvador Allende facilitó las cosas para que fuera la historia y no el fascismo quien lo juzgara. Eso es exactamente lo que ocurrirá cuando el pueblo chileno transite por aquellas “grandes alamedas” que él avizoró como parte de un brillante porvenir. No es la forma de su muerte sino el contenido de subida lo que confiere la inmortalidad de que disfruta para siempre en el más allá de los pueblos.
Allá nos vemos.


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